Como parte del Sermón del Monte de Jesús, Mateo 6:24 identifica el dinero o las riquezas terrenales como una tentación mundana que puede alejarnos de Dios. En nuestras vidas solo hay sitio para un amo: Dios. A lo largo del Antiguo y
El tópico “el dinero no puede comprar la felicidad” hace que los cínicos pongan los ojos en blanco. Pero, como muchos adagios trillados, es cierto. La verdadera felicidad, la realización y el propósito no provienen de la riqueza. Esa plenitud proviene de hacer aquello para lo que fuimos creados: tener una relación con Dios.
Cuando eliges servir a cualquier amo —incluido el dinero— que no sea Dios, te privas de aquello para lo que fuiste creado. Si has puesto tu fe en Jesucristo, eres hijo de Dios (Juan 1:12; Gálatas 3:26; 1 Juan 3:1). Y ninguna cantidad de dinero te hace ser más o más grande de lo que ya eres en Dios. Tu lealtad debe ser a Dios, no a la riqueza. Esto no quiere decir que no debamos tener trabajos o relaciones o administrar bien nuestras finanzas. Al contrario, los creyentes estamos llamados a cuidar de nuestra familia (1 Timoteo 5:8), dar generosamente (1 Corintios 9:14; 2 Corintios 9:6-8; Gálatas 6:2, 6-10) y ser buenos administradores de los recursos con los que el Señor nos ha bendecido (1 Pedro 4:10).
Pero lo que impulsa nuestro comportamiento es agradar al Señor, no la riqueza y el beneficio personal. Nuestros valores son los de Dios, no los del mundo (Colosenses 3:1-17). El costo de amar el dinero es demasiado alto; nos aleja de Dios. En nuestras vidas solo hay sitio para un amo: Dios.