¿Por qué Jesús preguntó a los discípulos: '¿Y vosotros, quién decís que soy?'

Como la mayoría de las veces que Jesús hace una pregunta, Él preguntó a los discípulos "¿Y vosotros, quién decís que soy?" porque quería revelarles la verdad mediante la respuesta. Jesús hace esta pregunta en Lucas 9:20 (ver también Mateo 16:13; Marcos 8:27). Al principio de Lucas 9, Jesús les da a los discípulos el poder de expulsar demonios y sanar a los enfermos; los envía a predicar el evangelio. A Su regreso, Jesús predica a la multitud y hace el milagro de la multiplicación de los panes y los peces para los 5.000 hombres, además de las mujeres y los niños (Lucas 9:1-17). Obviamente, estos acontecimientos provocaron una especie de debate sobre quién era Jesús en realidad. Por eso, se lo planteó a Sus discípulos.

En Lucas 9:18-20, vemos la conversación de Jesús con Sus discípulos: "Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con él los discípulos; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado. Él les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios". La misma historia se cuenta en Mateo 16 y Marcos 8. En Mateo 16:16, la respuesta de Pedro se detalla aún más: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Con ello, no sólo afirma a Jesús como Señor, sino también como Hijo de Dios encarnado.

Jesús preguntó a los discípulos "¿Y vosotros, quién decís que soy?" para darles la oportunidad de evaluar el verdadero nivel de su fe. Al oír una respuesta tan audaz por parte de Pedro, Jesús replicó: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mateo 16:17). Dios había abierto los ojos de Pedro para que viera quién era Jesús realmente, y cuando se le hizo esta pregunta, Pedro pudo afirmar con confianza su creencia.

Después de preguntar a Sus discípulos: "¿Y vosotros, quién decís que soy?", Jesús empezó a hablarles de Su muerte y resurrección, cosas que habían sido profetizadas sobre el Mesías. "Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día" (Mateo 16:21). Aunque los discípulos supuestamente sabían lo que se había profetizado sobre el Mesías, y aunque habían profesado una gran fe en Jesús, cuando Jesús empezó a explicarles todo lo que debía suceder, seguían sin entender. Pedro, que acababa de manifestar su gran fe, se llenó de dudas y de ira ante la idea de que Jesús tuviera que sufrir (Mateo 16:22-23). El resto de los discípulos estaban tan confundidos como Pedro, pero no le respondieron nada a Jesús (Marcos 9:32).

Incluso con la revelación de Dios sobre Su carácter, el ejemplo de Pedro y el rápido cambio de actitud de los discípulos muestra lo fácil que es para nosotros ver las cosas del Espíritu mediante ojos naturales. Hebreos 11:6 nos dice: "Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan". Este es el proceso hacia la madurez espiritual; requiere fe, paciencia y práctica. Con la oración y la Palabra, podemos crecer en nuestra fe y en el conocimiento del Señor (2 Timoteo 3:16-17). A medida que continuamos avanzando en nuestra fe en Jesucristo, como los discípulos, iremos progresando para comprender y creer las revelaciones dadas por el Espíritu Santo.



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