Aarón era el hermano mayor de Moisés y actuó como su portavoz ante el faraón y los israelitas. Hubo ocasiones en que Aarón obedeció fielmente a Dios, y otras en las que pecó y sufrió las consecuencias (Éxodo 32:35; Números 20:24). Dios designó a Aarón como sumo sacerdote, y de su linaje surgió el sacerdocio levítico. A pesar de su pecado en Meribá (Números 20:2-13), por el cual ni a Moisés ni a Aarón se les permitió entrar en la Tierra Prometida, Dios no le quitó el sacerdocio a Aarón. Como todo ser humano, Aarón pecó, pero también se arrepintió. La vida de Aarón es un ejemplo de cómo podemos vivir conforme a los propósitos que Dios tiene para nosotros y, además, revela la santidad y la gracia divinas.
Aarón demuestra lo que significa seguir a Dios como ser humano imperfecto: a veces obedecía, otras desobedecía, pero siempre se arrepentía y procuraba cumplir lo que el Señor le mandaba. Con su pecado, Aarón trajo destrucción sobre sí mismo e hizo tropezar a otros. El pecado de Aarón nos muestra la santidad de Dios y nuestra necesidad de una expiación duradera. Sin embargo, con su obediencia, Aarón condujo a otros hacia la libertad e impulsó sus corazones al arrepentimiento, pues fue un testigo fiel de Dios. En la vida de Aarón comprendemos que nunca alcanzaremos la santidad sin Dios. Vemos cuán propensos somos los seres humanos a caer, incluso cuando hemos sido instrumentos poderosos en manos de Dios. También constatamos cuán fiel es Dios para restaurar. Aarón se arrepintió y maduró; fue una figura clave en el éxodo de los israelitas y en el liderazgo del pueblo. En última instancia, Aarón cumplió las funciones que Dios le encomendó. Su vida ejemplifica la santidad y la gracia de Dios.