¿De qué manera se puede dar la subordinación en la Trinidad?

La "Trinidad" es una palabra que los cristianos utilizamos para explicar lo que la Biblia enseña con relación a la naturaleza de Dios: que Dios es un solo ser, pero con tres personas: el Padre, el Hijo (Jesucristo) y el Espíritu Santo. Para nosotros, es una respuesta a lo que es Dios y a quién es. Por naturaleza, Dios es un ser eterno. Dios, por identidad, es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La idea de la subordinación, la voluntad de someter la propia autoridad a la voluntad de otro, es fundamental que la comprendamos, ya que nos ayuda en nuestra relación con Dios. Dios es uno, pero también es tres personas distintas, cada una con sus propios deseos, voluntad e ideas; las tres personas de Dios existen en relación entre sí, dentro de sí mismo, y en perfecta unidad. Esta es una imagen de cómo nosotros también podemos vivir en relación con Dios.

En primer lugar, el tema de la subordinación no tiene que ver con la naturaleza de Dios. Las tres personas de la Trinidad son igualmente Dios, no hay diferencia ontológica. Por el contrario, la subordinación se refiere a la forma en que las personas de la Trinidad interactúan relacionalmente: hay una subordinación económica. También hay que destacar que la subordinación es distinta de la jerarquía. La pregunta no es: "Si hay tres personas distintas del Dios trino, y todas son iguales, ¿cómo es que una es de mayor rango que las otras?". La mejor pregunta viene cuando nos damos cuenta de que no se trata de que una persona distinta elija ser superior a las demás, sino de que una persona distinta elija someterse a las demás.

En Filipenses 2:5-8, Pablo explica cómo es esta subordinación: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Es en estos versículos donde vemos la voluntad de Jesús de someter Su propia autoridad a la autoridad y voluntad del Padre. También vemos esto en la oración de Jesús con Su Padre justo antes de Su crucifixión: "Y él [Jesús] se apartó de ellos [los discípulos] a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:41-42).

Jesús, en su condición de Dios y de hombre, tenía Su propio corazón y Sus propias emociones. Se "maravilló" (Mateo 8:10), se llenó de tristeza (Mateo 26:38), se "conmovió profundamente en su espíritu" (Juan 11:33-35), oró y lloró (Hebreos 5:7). Jesús tiene Su propia voluntad, separada y distinta de la de Dios Padre (Juan 6:38; Mateo 26:39). Aun así, optó por hacerse vulnerable. Decidió subordinar Su propia voluntad a la del Padre para que se diera a conocer un plan de salvación; y este plan, promulgado por la voluntad del Padre, y al que Jesús accedió, incluía Su muerte en una cruz.

El Espíritu Santo también es Dios. En los Hechos leemos que Pedro desafía a Ananías diciéndole: "Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?...No has mentido a los hombres, sino a Dios" (Hechos 5:3-4). Pedro, el discípulo de Jesús y líder de la iglesia primitiva comprendió que el Espíritu Santo es Dios.

Además, el Espíritu Santo tiene Su propio corazón, emociones y voluntad. Puede estar afligido (Isaías 63:10; Efesios 4:40), ora al Padre por nosotros (Romanos 8:27), y da dones a las personas "repartiendo a cada uno en particular como él quiere" (1 Corintios 12:11).

Jesús enseña que el Espíritu Santo fue enviado por el Padre: "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Juan 14:26). El Espíritu Santo tiene Su propia voluntad, pero permitió que el Padre lo enviara, así como Jesús fue enviado por el Padre.

La Trinidad sigue siendo un misterio en muchos aspectos. Sabemos que Dios es uno y también tres personas distintas. Sabemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son igualmente Dios y también son distintos entre sí. La subordinación dentro de la Trinidad se refiere al modo en que las personas de la Divinidad se relacionan entre sí. También nos ayuda a entender las distintas funciones que desempeñan las personas de la Trinidad. Una vez más, la subordinación en la Trinidad no se refiere a quién es Dios, sino a lo que hace. Si entendemos esto correctamente, podemos evitar las enseñanzas heréticas sobre la naturaleza de Dios, como por ejemplo el negar que alguna de las personas de la Trinidad sea, en realidad, Dios.

Comprender la subordinación en la Trinidad también puede ayudarnos a entender la importancia de nuestra propia sumisión a Dios y a los demás (Filipenses 2:5-11; Efesios 5:21; Santiago 4:7-10).



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