Simón el Zelote es uno de los doce discípulos de Jesús mencionados en el Nuevo Testamento. Conocido al parecer por su asociación con los zelotes, una facción política judía que buscaba la independencia de Roma, los antecedentes de Simón contrastaban con los de otros discípulos como Mateo, un recaudador de impuestos para los romanos. Su apodo “el Zelote” lo distinguía de Simón Pedro y podía reflejar tanto su pasado político como su entusiasmo por la ley judía o por las enseñanzas de Jesús. En cualquier caso, Simón abrazó la misión de Jesús, que se centraba en la salvación espiritual más que en la revolución política.
Independientemente de sus afiliaciones políticas previas o de su personalidad, Simón el Zelote eligió seguir a Jesús. Como una de las personas más cercanas a Jesús, aprendió que Jesús no vino a luchar contra carne y sangre por una nación, sino contra las fuerzas espirituales por las almas. Dios Padre y Jesús también son identificados como celosos en la Biblia, en referencia a su fuerte pasión por proteger la integridad espiritual de Israel (por ejemplo, Isaías 9:7; 42:13; 59:14-20; Juan 2:17). Las epístolas del Nuevo Testamento también hablan de que los creyentes en Cristo son “celosos de buenas obras” o celosos por lo que es bueno (Tito 2:14; 1 Pedro 3:13; véase también Romanos 12:11; Apocalipsis 3:19). Aunque Jesús tenía un gran celo, el volcar las mesas de los vendedores en el templo fue quizás Su único acto físicamente agresivo. Jesús se enfrentó a los que se le oponían con palabras de verdad. No se defendió cuando Lo llevaron para crucificarlo. Jesús no se ocupó de asuntos de Estado, sino que dijo a los fariseos: “«Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios»” (Mateo 22:21). Dejó claro que la salvación estaba al alcance de todos, sanando y predicando a cualquiera que estuviera dispuesto a escuchar. En Lucas 21:5-6, Jesús predijo que el templo de Jerusalén sería destruido y que los gentiles se apoderarían de la capital judía. Jesús no había venido a iniciar una revolución; vino a morir en la cruz para proporcionar la salvación a la humanidad. Nosotros también estamos llamados a ser celosos por las cosas del Señor: “no se muestren perezosos en lo que requiere diligencia; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor;” (Romanos 12:11).