¿Por qué permite Dios el engaño?

La decepción es el acto de engañar a alguien mediante declaraciones o acciones intencionadamente falsas. Quien origina el engaño es el Diablo, no Dios.

En Juan 8:44, Jesús dice lo siguiente sobre el Diablo: "Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira". El Diablo no sólo engaña, sino que es el padre del engaño.

El primer engaño registrado en las Escrituras proviene de la lengua viperina del Diablo, cuando le dice a Eva que comer la fruta del árbol que Dios prohibió no causaría la muerte (Génesis 3:4). Este acto se ajusta perfectamente a la definición de engaño, pues el Diablo está haciendo declaraciones intencionadamente falsas con el fin de engañar a Eva para que desobedezca el mandamiento de Dios. Sin embargo, el hecho de que Eva fuera engañada no la exime a ella ni a Adán, quien también tomó el fruto, de la responsabilidad de su desobediencia, pues pecaron contra la verdad que Dios ya les había revelado (Génesis 2:16-17). Prefirieron dudar y desobedecer la verdad de Dios y la cambiaron por la mentira del Diablo. Su pecado tuvo el efecto exacto que Dios prometió, ya que experimentaron miedo, vergüenza, culpa y, finalmente, la muerte física (1 Corintios 15:21). En vez de llegar a ser como Dios, quedaron espiritualmente muertos. Comenzaron a cambiar la culpa por su desobediencia consciente y voluntaria, intentando engañar a Dios. Adán culpó a Eva e indirectamente culpó a Dios mismo por darle a Eva; Eva culpó al Diablo (Génesis 3:12-13).

Hemos heredado el pecado de Adán y Eva, y por lo tanto nacemos con una naturaleza pecaminosa (Romanos 5:12). Esto se ve claramente tanto en las Escrituras como en la vida. Si observas el desarrollo de la primera infancia, verás que nadie tiene que enseñar a un niño a mentir. Es algo natural para ellos. A medida que crecemos, nuestras mentiras se vuelven más disimuladas y sofisticadas, no obstante, seguimos mintiendo. Podemos atenuar el golpe llamándolas "mentiras piadosas", pero ¿quién de nosotros dice siempre la verdad absoluta el cien por ciento de las veces? Sólo Dios dice siempre la verdad completa. Dios no puede mentir (Números 23:19). Dios es todo lo contrario al Diablo. Dios habla la verdad porque cuando habla, habla de acuerdo a Su carácter. Dios es la verdad y es el padre de la verdad.

Afortunadamente para nosotros, Dios no es sólo la verdad. También es amor. Porque Dios es amor, envió a Su único Hijo al mundo para decir la verdad y morir por los pecadores como nosotros (Romanos 5:8). De hecho, Jesús afirmó que Él mismo es el camino, la verdad y la vida, y que nadie puede llegar al Padre si no es a través de Él (Juan 14:6). Para que podamos ser salvos de la muerte eterna que merecemos debido a nuestro pecado, debemos creer en la verdad de que Jesús es el Hijo de Dios y que vivió una vida perfecta, se sacrificó por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos (Romanos 6:23).

El pecado mismo aparece descrito en las Escrituras como engañoso (Hebreos 3:13; Marcos 4:19). ¿Por qué? Porque promete lo que no puede cumplir. El pecado promete vida, pero termina en muerte; promete gozo, pero acaba en desesperación; promete placer, pero acaba en castigo. Con frecuencia decidimos ser engañados por el pecado, queriendo confiar en sus falsas promesas y actuando según nuestra naturaleza carnal en vez de confiar y permanecer en la verdad de Dios. Dios (que no puede mentir) promete la vida eterna a todos los que reciben a Jesucristo como Señor y Salvador (Juan 3:15). Dios promete amor, gozo y paz a los que caminan y están llenos del Espíritu (Gálatas 5:22-23). Los que abandonan los placeres fugaces del pecado y ponen su fe en Cristo pueden esperar una ciudad celestial donde vivirán para siempre con Aquel que es verdadero (Hebreos 11:10, 24-25; Apocalipsis 21:3; 1 Tesalonicenses 5:24).

Hasta ahora, hemos definido el engaño, mostrado su origen, evidenciado a aquellos que lo practican y explicado cómo escapar de él. Sin embargo, es posible que aún te preguntes: "Pero, ¿por qué permite Dios el engaño? ¿Por qué permitió que Satanás engañara a Eva y a Adán? ¿Por qué permite que el engaño continúe? Son preguntas teológicas profundas a las que no podemos pretender dar una respuesta exhaustiva en un espacio tan breve. Además, no cabe duda de que hay cierto misterio en torno a estas preguntas y no pretendemos conocer todas las respuestas (Deuteronomio 29:29).

Con todo, he aquí algunos puntos sobre los que reflexionar. Dios creó a los ángeles (lo que el Diablo fue en un tiempo) y a los seres humanos con libre albedrío. El Diablo y los seres humanos son la causa directa del pecado. Por otra parte, Dios es soberano sobre toda la creación y ha puesto un freno al mal. Sólo puede llegar hasta cierto punto y sólo durará un tiempo (Job 2:6; 2 Pedro 2:4). Él tiene un plan y lo está llevando a cabo perfectamente. Parte del plan de Dios es mostrar quién es Él. La existencia del pecado (incluyendo el engaño) hace posible la manifestación de Sus atributos, lo cual le trae gloria. Esto se puede ver más claramente en Romanos 9:22-23, "¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria". La existencia del pecado permite la manifestación de la justicia de Dios al castigar el pecado y la manifestación de Su misericordia al perdonarlo. La justicia y la misericordia de Dios se encuentran en la cruz de Jesucristo. Jesús pagó la pena justa por el pecado a favor nuestro para que pudiéramos experimentar la misericordia y la gracia de Dios. Habrá justicia para los que se niegan a creer en la muerte expiatoria de Jesús, y hay misericordia para los que creen (Juan 3:18).

Les pido ahora que no se dejen engañar, que crean en Jesucristo hoy mismo y que empiecen a vivir en la luz y en la verdad (2 Corintios 5:20-21; Juan 8:12; Efesios 1:13).



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