El sufrimiento es una realidad en nuestro mundo. Es una realidad causada por el pecado, que trajo la muerte y todos sus efectos nocivos. El sufrimiento le rompe el corazón a Dios. Pero el sufrimiento no es algo que tengamos que soportar solos ni algo sin propósito. Cristo está con nosotros en nuestro sufrimiento (Juan 16:33). Dios ve los sufrimientos de Sus hijos y nos capacita para soportarlos. También redime y utiliza nuestro sufrimiento para Sus buenos propósitos (Romanos 8:28), y Dios también proporciona a otros cristianos para que caminen a nuestro lado cuando sufrimos (Romanos 12:15; 2 Corintios 1:3-7; Gálatas 6:2). Y lo más alentador es que nos da esperanza. Dios promete el fin de todo dolor y sufrimiento a quienes reciban la oferta de salvación de Su Hijo Jesucristo (Apocalipsis 21:4).
Dios no nos dejó en un estado tan doloroso. En lugar de ello, superó las consecuencias del pecado mediante Su propio sufrimiento. Dios tomó carne humana en la Persona de Su Hijo, Jesucristo, y sufrió el castigo que nosotros merecíamos. Él, que no tenía pecado, sufrió la culpa, el dolor y la humillación de cargar con los pecados del mundo (2 Corintios 5:16-21). Aquellos que ponen su fe en Jesús ya no están bajo la maldición del pecado. Sin embargo, aún vivimos en un mundo manchado por el pecado y sufrimos sus efectos. A veces nuestro sufrimiento es el resultado de nuestra propia pecaminosidad. A veces es el resultado del pecado de otros contra nosotros. La mayoría de las veces, el sufrimiento es el resultado del pecado en un sentido más general. El mundo simplemente no es como debería ser, por lo que existen cosas como problemas de salud, conflictos en las relaciones y desastres naturales. Dios a menudo usa el sufrimiento como una herramienta en la vida del creyente para moldearnos, refinarnos y fortalecernos. Independientemente de la causa específica de nuestro sufrimiento, nuestro Señor y Salvador puede entender, empatizar y compadecerse de nuestro sufrimiento (Hebreos 4:15). En Cristo, tenemos acceso permanente al trono de Dios (Hebreos 4:15-16; 10:19-23). Podemos, como los salmistas, derramar nuestro corazón ante Dios (Salmo 62) y confiar en que Él es íntimamente consciente de nuestros sufrimientos y está con nosotros en ellos (Salmo 56).