La Biblia enseña que administrar las finanzas con prudencia implica evitar el endeudamiento irresponsable, trabajar con diligencia y ser generoso, en lugar de atesorar riquezas. Advierte contra el amor al dinero, ya que la riqueza es temporal y no satisface. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento animan a administrar sabiamente, a planificar el futuro y a utilizar el dinero para satisfacer las necesidades y glorificar a Dios. Estamos llamados a dar con generosidad y alegría, confiando en la provisión de Dios. En última instancia, nuestras finanzas pertenecen a Dios, y debemos buscar Su sabiduría para administrarlas de una manera que le honre.
Nuestras finanzas pertenecen a Dios y están destinadas a ser usadas para Sus buenos propósitos: proveer para nuestras necesidades y las de nuestra familia, tanto ahora como en el futuro (1 Timoteo 5:8), dar generosamente para apoyar la obra del ministerio de Su reino (1 Corintios 9:14; Gálatas 6:6), dar generosamente a los necesitados (1 Juan 3:17-18; Santiago 1:27; Proverbios 19:17; 22:9, 16; 31:8-9), e incluso usarlas para disfrutar de Sus buenos dones en cosas que nos producen placer. Debemos ser mayordomos sabios, fieles con cualquier cantidad que Dios nos haya dado (Lucas 16:1-13). Ser rico no está mal. Ser pobre no está mal. Amar el dinero, despilfarrarlo y acumularlo no está bien. Podemos administrar mejor nuestras finanzas cuando ponemos nuestras mentes y corazones en las cosas que Dios valora, le entregamos nuestras vidas y todo lo que tenemos, y vivimos con los ojos puestos en Su reino (Mateo 6:19-34). Podemos vivir con las manos abiertas, confiando en que nuestro fiel Dios proveerá para nuestras necesidades. Trabajamos duro, gastamos sabiamente y damos generosamente. Pedimos a Dios Su sabiduría para administrar mejor todo lo que Él nos da, incluidas las finanzas (Santiago 1:5-6).