La confianza es fundamental en las relaciones humanas, pero no todas las personas son dignas de ella. La Biblia nos advierte que seamos prudentes con las personas en las que confiamos. También nos advierte que no esperemos de la gente lo que solo Dios puede ofrecer. Confiar en los demás a veces puede ser difícil porque todos hemos caído, quebrantamos la confianza de la gente y nuestras relaciones tienen el potencial de hacernos daño. Pero los seres humanos fuimos creados para relacionarnos. No hay sustituto para los amigos fieles y una comunidad cristiana vibrante. Nunca prosperaremos si nuestro objetivo es simplemente evitar el dolor. De hecho, es precisamente por el poder de las relaciones humanas por lo que la confianza rota duele tanto. También es por ese mismo poder que necesitamos estar en comunidad. Cuando podemos vivir en relaciones de confianza, nos edificamos y animamos mutuamente. Así pues, podemos esforzarnos por ser personas dignas de confianza y buscar la verdad y el consuelo de Dios cuando esta se rompe; pero no podemos evitar las relaciones para prevenir esa posibilidad. Podemos pedir a Dios discernimiento sobre en quién confiar y con qué, y en última instancia, confiar en Él con los resultados.
Lo más probable es que nuestra confianza se rompa en algún momento. Y lo que es aún más aleccionador, nosotros mismos haremos daño a otros y demostraremos que no somos dignos de toda su confianza. Pero esta no es una razón para evitar las relaciones o decidir no confiar nunca. Más bien, esta comprensión nos ayuda a reajustar nuestras expectativas. A veces nos sentimos traicionados o como si nuestra confianza se hubiera roto simplemente porque esperábamos que la otra persona fuera e hiciera lo que solo Dios es y hace; esta es siempre una receta para la decepción. Pero la solución no es intentar vivir sin los demás. Dios diseñó a los seres humanos para que se relacionaran con Él y entre sí (Génesis 2:18; Juan 13:34-35; Hebreos 10:24-25). Esas relaciones se basan en la confianza, y a medida que la relación crece, la confianza se profundiza. Por supuesto, incluso el más digno de confianza entre nosotros puede fallar. Dios nos llama a perdonar, como Él nos ha perdonado (Efesios 4:32). También nos llama a ser honestos, a actuar con integridad y a cumplir nuestra palabra (Mateo 5:37; Efesios 4:25-32; Colosenses 3:12-14). Cuando alguien rompe nuestra confianza, o nosotros rompemos la suya, podemos acudir a esa persona en busca de restauración (Mateo 5:23-24; 18:15-20). En resumen, podemos buscar una relación genuina mientras, en última instancia, dependemos de Dios y depositamos nuestra confianza en Él. También podemos permitir que Él sane nuestros corazones cuando se rompe la confianza y que nos limpie cuando hemos roto la confianza de otro. Una forma práctica de aprender a confiar es centrarse en ser digno de confianza uno mismo. Ser una persona en la que otros pueden confiar implica honestidad e integridad. Significa mantener tu palabra, no menospreciar a los demás, admitir cuando te equivocas, buscar el perdón, estar dispuesto a perdonar como has sido perdonado en Cristo, y tener el valor de compartir las verdades de la Palabra de Dios y esforzarte por vivirlas a través del poder del Espíritu Santo.