El chisme es una forma de hablar de alguien a sus espaldas, a menudo compartiendo información cuya veracidad no está confirmada o que se pretendía que fuera privada, y frecuentemente con la intención de crear una imagen negativa de la persona. La Biblia se pronuncia enérgicamente contra esta práctica por muchas razones. El chisme no es propio de Dios, y nada bueno sale de él (Proverbios 13:3).
Algunos tipos de chisme son más fáciles de identificar que otros. Las insinuaciones sutiles pueden dañar injustamente la reputación de alguien (Proverbios 26:20). Comenzar con algo como: “No estoy seguro de si esto es cierto o no, pero al parecer…” antes de compartir alguna “noticia” interesante puede hacer que parezca un acto inocente, y así justificamos el hecho de compartirla. Pero Santiago 4:17 no deja lugar a dudas: “A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado”. Si no estás seguro de si decir algo sería chismear o no, es mejor pecar de precavido. No podemos “deshacer” algo que ya hemos dicho. Santiago 3:5 nos dice que nuestras palabras son una herramienta poderosa. Es muy fácil caer en el chisme, pero como cristianos, debemos esforzarnos por mantenerlo alejado de nuestras vidas e interacciones con los demás, por su propio bien y el nuestro. Efesios 4:29 lo dice mejor: “No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan.”.