¿Qué es el Evangelio?
En resumen:
Toda la Biblia gira en torno a la buena nueva; el Antiguo Testamento la prefigura y el Nuevo Testamento la proclama. El Evangelio es la buena noticia de que Jesús vino a la tierra, murió y resucitó para que todos los que creen en Él puedan salvarse y tener una nueva vida en Él.
¿QUÉ DICE LA BIBLIA?
La palabra evangelio significa “buena noticia” y se repite casi cien veces en el Nuevo Testamento. El Evangelio es la buena noticia de que Jesucristo vino a salvar a los pecadores mediante Su muerte y resurrección, ofreciendo la vida eterna a todos los que creen en Él. El Antiguo Testamento revela el pecado de la humanidad y su necesidad de salvación, mientras que el Nuevo Testamento proclama a Jesús como el sacrificio perfecto que cumple la Ley. La salvación no se gana por las obras, sino que es un don de la gracia de Dios, recibido solo por la fe en Cristo. Por medio de Jesús, somos perdonados, reconciliados con Dios y recibimos una nueva vida como parte de Su familia. Este mensaje nos asegura que el amor de Dios es mayor que nuestros fracasos, y que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo.
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
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En realidad, el Evangelio comienza con una mala noticia. Dios creó el mundo y todo lo que hay en él, y dijo que era muy bueno (Génesis 1:31). Dios creó a Adán y Eva con la capacidad de tomar decisiones, y puso en el jardín el árbol de la ciencia del bien y del mal, ordenándoles que no comieran de él (Génesis 2:16-17). Sin embargo, eligieron desobedecer a Dios comiendo del fruto, trayendo el pecado y la muerte al mundo (Génesis 3:6-7; véase también Romanos 5:12). Como resultado, toda la humanidad nació bajo la maldición del pecado, separada de Dios y merecedora de Su juicio (véase Romanos 3:23; Efesios 2:1-3).
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Dios dio a los israelitas la Ley de Moisés, las reglas de Dios para la humanidad (Deuteronomio 5:1). Cuando los israelitas intentaron seguir las reglas de Dios, pronto se hizo evidente que ninguna persona era capaz de obedecer la Ley. La naturaleza humana es rebelarse contra las reglas; cuantas más reglas se nos dan, más tentados estamos de resistirnos a esas reglas. Esto se llama “pecado”. El pecado es elegir vivir a tu manera en lugar de vivir a la manera de Dios. Es cualquier cosa que digas, hagas, pienses o sientas que va en contra de Dios y Su carácter. Es la tendencia a elegir la oscuridad sobre la luz, la muerte sobre la vida, la autodestrucción sobre el beneficio propio.
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Para salvarnos de nuestro pecado, restaurar nuestra relación con Dios y llevarnos al cielo, Dios proveyó una manera para que el pecado fuera pagado, o eliminado. La Ley Mosaica (escrita por Dios y por lo tanto inmutable) dice que solo a través de un sacrificio de sangre se puede eliminar el pecado. ¿Dónde encontraría Dios un sacrificio de sangre que pudiera aplicarse eternamente, a todas las personas? La respuesta es Jesucristo. El propio Hijo de Dios era perfecto, un cordero sin mancha (Ezequiel 46:13; ver 1 Pedro 1:19).
DEL NUEVO TESTAMENTO
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El apóstol Pablo define el Evangelio como que “es poder de Dios para salvación a todo el que cree, al judío primeramente y también al griego” (Romanos 1:16). Dios nos salva por medio del Evangelio, y nosotros somos responsables de creer.
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La Ley de Moisés revela nuestro pecado. Estamos prisioneros de ella, pero el Evangelio puede liberarnos (Gálatas 3:21-26).
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Jesús se hizo hombre y fue el sacrificio perfecto para todos los que confiaran en Su muerte y resurrección para el perdón de los pecados (Juan 1:14; 1 Pedro 2:24; 1 Corintios 15:3-4).
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Jesús —verdaderamente Dios— vino a la tierra en forma de hombre. Su espíritu era eterno y Uno con Dios, pero se hizo hombre para salvarnos (Juan 1:1-5). Ser plenamente Dios y plenamente hombre le convirtió en el único candidato para el sacrificio de sangre que podía lograr la salvación de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.
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Primera de Corintios 15:1-4 define el Evangelio como el mensaje de que Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día, todo ello de acuerdo con las Escrituras: “Ahora les hago saber, hermanos, el evangelio que les prediqué, el cual también ustedes recibieron, en el cual también están firmes, por el cual también son salvos, si retienen la palabra que les prediqué, a no ser que hayan creído en vano. Porque yo les entregué en primer lugar lo mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”.
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El Evangelio es la última demostración del amor y la generosidad de Dios: si estuvo dispuesto a dar a su propio Hijo por nosotros, podemos confiar en que nos proporcionará todo lo que necesitamos en Cristo. Nos asegura que, con Dios de nuestra parte, nada puede oponerse a nosotros. Como escribe Pablo en Romanos: “Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no negó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas?” (Romanos 8:31-32). Son muy buenas noticias.
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Todo el que crea en el Evangelio se salvará (Marcos 16:16; Juan 3:16; Hechos 16:31; Romanos 10:9-10; Efesios 2:8-9). Esto significa que cualquiera que reconozca su pecado, se arrepienta y ponga su fe en Jesucristo como Señor y Salvador será perdonado y se le concederá la vida eterna.
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La salvación no es el resultado de nuestras buenas obras, sino del poder de Dios para salvar (Efesios 2:8-10). Él nos justifica (quitándonos la sentencia de muerte que nos ganamos con nuestro pecado), nos santifica y, al final, nos glorificará y nos llevará a vivir con Él en el cielo (Romanos 5:1; 8:1; Hebreos 10:10, 14; 1 Pedro 1:3-9).
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El Evangelio se resume en estos sencillos versículos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3:16-17).
IMPLICACIONES PARA HOY
Muchos de nosotros hemos sentido que Dios es un “hombre duro” que nos da una Ley que no podemos seguir, haciendo imposible que hagamos lo correcto (Mateo 25:24-28). Podríamos imaginarlo de pie, con los brazos cruzados, sacudiendo la cabeza ante nuestros continuos fracasos. Pero este no es el carácter de Dios. Dios es amoroso y misericordioso, y conoce nuestras debilidades. El Salmo 103 dice: “Como un padre se compadece de sus hijos, Así se compadece el SEÑOR de los que le temen. Porque Él sabe de qué estamos hechos, Se acuerda de que somos solo polvo” (Salmo 103:13-14). Dios no nos dio la Ley para desanimarnos y humillarnos, sino para que comprendiéramos nuestra necesidad de un Salvador. Nos ayuda a darnos cuenta de que todos estamos en igualdad de condiciones ante Dios (Romanos 3:10-11, 23; Gálatas 3:28). Todos estamos lejos de la perfección. Pero la buena noticia es que Dios no nos dejó desamparados. Envió a Su Hijo, Jesucristo, para que cumpliera la Ley en nuestro favor y se ofreciera como sacrificio perfecto por nuestros pecados. Jesús vivió una vida sin pecado, murió en la cruz para recibir el castigo que merecíamos y resucitó para darnos la vida eterna (Juan 3:16; Romanos 5:8; 1 Pedro 3:18). Por medio de Jesús, ya no estamos condenados por la Ley, sino que se nos invita a una relación con Dios. Este don no se gana con buenas obras, sino que se recibe por la fe. Romanos 10:9 dice: “que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo”. La salvación no consiste en esforzarse más, sino en confiar en la obra terminada de Jesucristo y aceptar Su gracia (Efesios 2:8-9). Las Escrituras nos aseguran: “porque: «TODO AQUEL QUE INVOQUE EL NOMBRE DEL SEÑOR SERÁ SALVO»” (Romanos 10:13). Puedes responder a Dios en oración, confesando tu fe en Jesús y Pidiéndole que transforme tu corazón. No se trata de decir las palabras perfectas, sino de depositar sinceramente tu confianza en Cristo. Cuando crees en Jesús, no solo eres perdonado: eres adoptado en la familia de Dios, recibes una nueva vida y eres sellado con el Espíritu Santo (Juan 1:12; 2 Corintios 5:17; Efesios 1:13-14). Tú ya no te defines por tus fracasos pasados, sino por la justicia de Cristo. Ahora, como seguidor de Jesús, puedes crecer en tu relación con Dios leyendo Su Palabra, orando y formando parte de una comunidad de creyentes. El amor de Dios no es distante ni duro: es personal, paciente y lleno de gracia. Él te invita a experimentar la alegría de la salvación y la esperanza de la vida eterna en Él. ¿Confiarás en Él hoy?
COMPRENDE
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El evangelio comienza con malas noticias: todos somos pecadores que estamos separados de Dios y estamos en el camino de la destrucción.
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El evangelio es la buena noticia de que cualquiera que reconozca su pecado y confíe en la muerte y resurrección de Jesús será salvo.
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El evangelio es que Dios proveyó el camino de la salvación por gracia a través de la fe, no por obras.
REFLEXIONA
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¿Cómo ha cambiado tu forma de ver tu propio pecado y tu necesidad de salvación al comprender el Evangelio?
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¿Cómo has experimentado la gracia y el amor de Dios a través del sacrificio de Jesús?
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¿Cómo afecta a tu vida diaria y a tus decisiones la seguridad de la salvación por la fe en Cristo?
PONLO EN PRÁCTICA
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¿Por qué es importante comprender tanto la mala noticia del pecado como la buena noticia de la salvación en el Evangelio?
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¿Cómo prepara el Antiguo Testamento el camino a Jesús y por qué es importante para nuestra fe hoy?
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¿Cuáles son algunos de los malentendidos más comunes sobre el Evangelio y cómo podemos ayudar a aclarar la verdad a los demás?
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