Muchos de nosotros somos amantes de los animales. De hecho, no cabe duda de que nuestras vidas en la tierra se enriquecen y llenan más con la presencia de nuestros animales y mascotas. ¿Quién puede resistirse al alegre meneo de cola con que nos reciben nuestros perros al llegar a casa? ¿O al calor peludo de un gato que ronronea en nuestro regazo en una noche fría? ¿Quién puede contemplar a un magnífico caballo brincando por un prado y no sentirse sobrecogido por su fuerza y majestuosidad? Está claro que el aliento de vida dado por Dios reside en los animales igual que en el hombre (Génesis 1:30; 6:17; 7:15, 22), y Dios declaró que Su creación de animales era buena (Génesis 1:25).
Sin embargo, la Biblia no nos dice específicamente si las mascotas o los animales tienen “alma” o si estarán en el cielo. En cualquier caso, nuestro gozo final en el cielo vendrá de estar en la presencia de Dios, y la ausencia de mascotas o seres queridos no disminuirá ese gozo (Apocalipsis 21:4).
Es razonable decir que el aliento de vida que existe en animales y mascotas tiene que ir a alguna parte cuando mueren, y muchos creen que vuelve al Creador. Así que, en ese sentido, la vida del animal vuelve a Dios cuando abandona su cuerpo. Se desconoce qué forma adopta cuando regresa a Dios, si es que lo hace. No hay pruebas en las Escrituras para afirmar o negar esta teoría, pero para aquellos que han perdido una mascota, proporciona un gran consuelo.
Aunque cuidamos y disfrutamos de los animales como parte de la creación de Dios, estamos llamados a hacerlo con responsabilidad y gratitud, reconociéndolos como un reflejo de la bondad de Dios. En el cielo, con o sin nuestros animales, nuestra máxima alegría vendrá de estar en presencia de Dios. La ausencia de una mascota querida en la tierra no reducirá la dicha que experimentaremos en el cielo; como tampoco lo hará la ausencia de un amigo o familiar querido. Nuestro gozo vendrá de estar en la presencia de Dios y del estado completamente libre de pecado en el que disfrutaremos de Su comunión. No habrá lágrimas en el cielo, ni siquiera para aquellos que no se han unido a nosotros allí (Apocalipsis 21:4). Nuestro gozo en la presencia de nuestro Señor y Salvador será completo y sin impedimentos por toda la eternidad.