La declaración de Jesús de que “una casa dividida no puede permanecer en pie” expone el poder destructivo de la obstinada incredulidad. A lo largo de la historia de Israel, la desunión provocó luchas y divisiones, desde la familia de Jacob hasta los reinos divididos de Israel y Judá. En el Nuevo Testamento, los escribas acusaron a Jesús de estar poseído por Satanás, pero Jesús se enfrenta a sus ilógicas acusaciones contra Él, ilustrando que Satanás nunca obraría contra su propio reino. Este pasaje nos obliga a reflexionar sobre nuestras propias vidas, tratando de exponer dónde nos aferramos a creencias erróneas que pueden conducir a la fragmentación espiritual. Reconociendo las áreas de resistencia en nuestros corazones, rindiéndonos humildemente a Su verdad y caminando en unidad con el Espíritu de Dios, podemos asegurarnos de no ser una casa dividida.
Cuando Jesús les dijo a los escribas que “una casa dividida contra sí misma no puede permanecer en pie”, estaba desenmascarando su obstinada incredulidad. Es obvio que Satanás no expulsa demonios; los escribas y fariseos solo trataban de encontrar razones para odiar y oponerse a Jesús porque suponía una amenaza para su sistema religioso. Ellos dependían de sus propios esfuerzos para la salvación y, por esa razón, el mensaje de Jesús de dependencia de Dios era odioso para ellos. Trataban de encontrar cualquier cosa —incluso lo ridículo— que les diera la razón a ellos en contra de Jesús. Los fariseos estaban desesperados por silenciar a Jesús a cualquier precio. Se volvieron irracionales y estaban dispuestos a asesinarlo. Ellos eran los que exhibían las obras de Satanás, mientras que Jesús exhibía las obras de Dios. El incidente en el que Jesús señaló que “una casa dividida contra sí misma no puede permanecer en pie” nos desafía a examinar dónde podríamos estar resistiéndonos a la verdad de Dios en nuestras propias vidas. Como los escribas y los fariseos, podemos caer en la trampa de aferrarnos obstinadamente a nuestros propios caminos, incluso cuando nos alejan de los propósitos de Dios. Cuando confiamos en nuestros propios esfuerzos o nos aferramos a creencias equivocadas, corremos el riesgo de quedar espiritualmente divididos e ineficaces. Para alinearnos con Cristo, necesitamos reconocer las áreas de resistencia en nuestros corazones, rendirnos humildemente a Su guía y caminar en unidad con el Espíritu de Dios. Este alineamiento trae paz y fortaleza, permitiéndonos mantenernos firmes contra las artimañas del enemigo.