¿Está mal que un cristiano quiera ser rico y famoso?
En resumen:
Querer ser rico o famoso no es intrínsecamente pecaminoso, pero se convierte en algo malo cuando esos deseos son egoístas, desvían nuestro enfoque de Dios o convierten la riqueza material o la fama en un ídolo. Como cristianos, nuestro objetivo debe ser honrar a Dios, y si buscamos riqueza o popularidad, debe ser con la intención de glorificarlo a Él y servir a los demás.
¿QUÉ DICE LA BIBLIA?
Ser rico y ser famoso es simplemente tener abundancia financiera y gran popularidad. Ninguna de las dos cosas es mala en sí misma, como tampoco es necesariamente malo que un cristiano quiera serlo. El riesgo no está en el logro de la riqueza o el estatus, sino en la elección de vivir adorando a algo que no sea Dios. Si nuestra meta es ser ricos y famosos, entonces la riqueza y la fama nos convertirán en esclavos de un amo que no es Dios, y esto es un error. Si la meta es ser ricos y famosos para poder dar gloria a Dios y dar generosamente a otros, entonces puede ser un buen objetivo, pero es un terreno resbaladizo. Si deseamos ser ricos y famosos, debemos tener cuidado de examinar nuestros motivos primero y luego seguir revisando nuestro corazón y el fruto que producen nuestras vidas si llegamos a serlo.
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
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Ser rico o conocido no es inherentemente un pecado. Dios dio riquezas a hombres como Abraham, José, David y Salomón. Estos hombres no hicieron de la obtención de riquezas o popularidad su meta en la vida. Más bien, estas cosas les fueron dadas por Dios, y ellos lo reconocieron con prontitud como la fuente (Génesis 14:17-24; 50:15-21; 2 Samuel 7:1-29).
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Salomón, el hombre más sabio que jamás haya existido, fue también el más rico. Su riqueza no era pecaminosa, pero sabía que le causaba más disgustos que alegrías. Él dijo: “El que ama el dinero no se saciará de dinero, y el que ama la abundancia no se saciará de ganancias. También esto es vanidad. Cuando aumentan los bienes, aumentan también los que los consumen. Así, pues, ¿cuál es la ventaja para sus dueños, sino verlos con sus ojos?” (Eclesiastés 5:10-11).
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La Biblia nos dice que Dios examina nuestros motivos, incluido el deseo de ser ricos y famosos: “Pero el Señor dijo a Samuel: «No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; porque Dios no ve como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Y aprendemos en Proverbios 21:2: “Todo camino del hombre es recto ante sus ojos, pero el Señor sondea los corazones”. Dios conoce nuestro corazón y nuestros motivos.
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Dios promete darnos un corazón y un espíritu nuevos que vivan para honrarlo (Ezequiel 36:26a). Vivir con este nuevo corazón significa vivir una vida donde una relación creciente con Jesús es nuestra meta más importante, no la riqueza o la fama.
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Al examinar nuestra motivación, deberíamos preguntarnos como ora el salmista: “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón;
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pruébame y conoce mis inquietudes” (Salmo 139:23).
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Dios quiere crear en nosotros un corazón limpio (Salmo 51:10), motivado por la confianza en Él y el deseo de agradarle.
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Todos haríamos bien en tener en cuenta la advertencia de que “perturba su casa el que tiene ganancias ilícitas,
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Pero el que aborrece el soborno, vivirá” (Proverbios 15:27). Dios conoce los motivos de nuestro corazón.
DEL NUEVO TESTAMENTO
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Nuestro objetivo final debe ser honrar a Dios en todo lo que hacemos, no alcanzar el éxito, la abundancia material o la fama (Colosenses 3:17; 1 Juan 2:15-17).
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Jesús, en Su enseñanza llamada el Sermón del Monte (Mateo 5-7), aclara que nuestra obediencia se revela más por nuestros motivos que por nuestras acciones. Jesús nos dice que las intenciones y los pensamientos, como la ira y la lujuria, son tan malos como las malas acciones, como el adulterio y el asesinato (Mateo 5:21-30).
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La Biblia advierte del peligro de desear riquezas: “Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores” (1 Timoteo 6:9-10).
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Santiago advierte que desear lo que no se tiene puede provocar disputas y divisiones (Santiago 4:1-10). También dice: “¡Oh almas adúlteras! ¿No saben ustedes que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4). Si nuestros deseos de ser ricos y famosos están arraigados en lo mundano, son pecaminosos.
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La riqueza y la popularidad pueden proporcionar una falsa sensación de seguridad y convertirse fácilmente en un ídolo, pero no pueden salvarnos. De hecho, ni siquiera podemos contar con que duren. La parábola de Jesús del rico insensato en Lucas 12:15-21 ejemplifica esto.
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Santiago 4:13-15 advierte: “Oigan ahora, ustedes que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia». Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. Poner nuestra confianza en nuestros propios planes, en nuestra riqueza o en cómo nos perciben los demás es de necios. Si el deseo de ser rico y famoso es un deseo de ser autosuficiente o de alcanzar algún sentido de valor, paz o estatus aparte de Dios, está fuera de lugar, es pecaminoso y, en última instancia, fracasará.
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Una de las muchas verdades que Jesús proclamó tiene que ver con la adoración de cualquier cosa que no sea Dios: “Nadie puede servir a dos señores ; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o apreciará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). El dinero y las cosas terrenales pueden ser un obstáculo para nuestra voluntad de servir a Dios. En términos más generales, Jesús está diciendo que cuando perseguimos cualquier objetivo solo porque lo queremos, corremos el riesgo de hacerlo más importante que a Dios, y eso es un error.
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Nuestro objetivo debe ser honrar a Dios en todo lo que hacemos, para Su gloria y con acción de gracias (Colosenses 3:17).
IMPLICACIONES PARA HOY
El dinero en sí es amoral: es lo que utilizamos para intercambiar bienes y servicios. Sin duda, ser rico puede usarse para el bien, sobre todo cuando la riqueza se administra sabiamente para ayudar a los demás o promover el reino de Dios. La Biblia nos dice que “compartamos lo que tenemos” (Hebreos 13:16), que trabajemos para “tener algo que compartir con quien lo necesite” (Efesios 4:28), y que amemos dar (2 Corintios 9:6-7), especialmente a los pobres (Proverbios 21:26; 28:27). También estamos llamados a contribuir con quienes nos alimentan espiritualmente y con la obra más amplia del ministerio (1 Corintios 9:3-14; 2 Corintios 9).
Jesús no era rico (Mateo 8:20). Él y Sus seguidores dependían de la provisión de Dios a través de la generosidad de otros para sostener Su ministerio (Mateo 10:9-10; Lucas 8:1-3). Más adelante, en el Nuevo Testamento, vemos a la gente contribuir a las necesidades materiales de los demás, así como a apoyar la labor de los apóstoles (Hechos 2:42-47; 4:34-35; 1 Corintios 9:4-14; 2 Corintios 11:7-11; 1 Timoteo 5:17-18; Santiago 2:14-17). La gente necesita tener dinero para contribuir a las necesidades materiales. Los ricos tienen grandes oportunidades de dar generosamente. Para algunos, su riqueza también puede liberarles tiempo para servir a Dios y a los demás de maneras únicas. No importa cuánto dinero tengamos, todos los creyyentes estamos llamados a amar a los demás, y cada uno de nosotros es una parte necesaria del cuerpo de Cristo. Cada creyente está llamado a cuidar de los necesitados y a participar en el ministerio de diversas maneras (Romanos 12; Efesios 4:11-16). Cada uno de nosotros es un administrador de la riqueza que Dios nos ha confiado; debemos gastarla y darla según Su dirección. Una vez más, las riquezas no son el problema. El problema viene cuando amamos las riquezas en lugar de amar a Dios.
Aunque la fama puede ser ciertamente una trampa (Juan 12:43) y a menudo está plagada de desafíos, también tiene sus méritos. La gente tiende a estar expuesta a los mensajes de los famosos y, naturalmente, les concede cierto grado de credibilidad. La fama puede ser una plataforma útil para compartir el Evangelio. Jesús dice a sus seguidores (y a nosotros) que son “la luz del mundo” y que deben hacer brillar su luz “delante de los hombres, para que vean sus buenas accionesy glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16). La fama puede hacer que la gente vea a Jesús y alabe a Dios. Pero tanto si nuestro nombre es reconocido por millones como si solo lo es por unos pocos, podemos ser luces para Cristo. A menudo, el testimonio más eficaz no es en una gran plataforma, sino a través de interacciones diarias uno a uno en las que compartimos el amor y la verdad de Cristo. Como Jesús, los cristianos no deben hacer “nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” (Filipenses 2:3-4).
COMPRENDE
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Ser rico y famoso no es inherentemente pecaminoso.
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Ser rico y famoso puede proveer oportunidades para glorificar a Dios.
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Ser rico y famoso también puede llevarnos al pecado, así que debemos examinar nuestro corazón y la motivación de cualquier deseo de serlo.
REFLEXIONA
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Si tienes el deseo de ser rico o famoso, ¿qué motiva ese deseo?
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¿Cómo puedes asegurarte de que tu búsqueda de éxito o reconocimiento se alinee con el propósito de Dios para tu vida?
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¿En qué área de tu vida te sientes tentado a idolatrar la riqueza, la fama o el éxito material? ¿Cómo puedes proteger tu corazón de estas tentaciones?
PONLO EN PRÁCTICA
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¿Cómo podemos distinguir entre un deseo sano de prosperar y un ansia pecaminosa de riqueza o fama?
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¿Cómo nos ayuda el ejemplo de la riqueza y la sabiduría de Salomón a comprender los peligros potenciales de perseguir la riqueza o la fama?
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¿Cómo pueden utilizarse la fama y la influencia para la gloria de Dios, y cómo podemos asegurarnos de mantenernos humildes cuando se nos conceden tales oportunidades?
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