¿Está mal que un cristiano quiera ser rico y famoso?

En resumen:

Querer ser rico o famoso no es intrínsecamente pecaminoso, pero se convierte en algo malo cuando esos deseos son egoístas, desvían nuestro enfoque de Dios o convierten la riqueza material o la fama en un ídolo. Como cristianos, nuestro objetivo debe ser honrar a Dios, y si buscamos riqueza o popularidad, debe ser con la intención de glorificarlo a Él y servir a los demás.

¿QUÉ DICE LA BIBLIA?

Ser rico y ser famoso es simplemente tener abundancia financiera y gran popularidad. Ninguna de las dos cosas es mala en sí misma, como tampoco es necesariamente malo que un cristiano quiera serlo. El riesgo no está en el logro de la riqueza o el estatus, sino en la elección de vivir adorando a algo que no sea Dios. Si nuestra meta es ser ricos y famosos, entonces la riqueza y la fama nos convertirán en esclavos de un amo que no es Dios, y esto es un error. Si la meta es ser ricos y famosos para poder dar gloria a Dios y dar generosamente a otros, entonces puede ser un buen objetivo, pero es un terreno resbaladizo. Si deseamos ser ricos y famosos, debemos tener cuidado de examinar nuestros motivos primero y luego seguir revisando nuestro corazón y el fruto que producen nuestras vidas si llegamos a serlo.

DEL ANTIGUO TESTAMENTO

DEL NUEVO TESTAMENTO

IMPLICACIONES PARA HOY

El dinero en sí es amoral: es lo que utilizamos para intercambiar bienes y servicios. Sin duda, ser rico puede usarse para el bien, sobre todo cuando la riqueza se administra sabiamente para ayudar a los demás o promover el reino de Dios. La Biblia nos dice que “compartamos lo que tenemos” (Hebreos 13:16), que trabajemos para “tener algo que compartir con quien lo necesite” (Efesios 4:28), y que amemos dar (2 Corintios 9:6-7), especialmente a los pobres (Proverbios 21:26; 28:27). También estamos llamados a contribuir con quienes nos alimentan espiritualmente y con la obra más amplia del ministerio (1 Corintios 9:3-14; 2 Corintios 9). Jesús no era rico (Mateo 8:20). Él y Sus seguidores dependían de la provisión de Dios a través de la generosidad de otros para sostener Su ministerio (Mateo 10:9-10; Lucas 8:1-3). Más adelante, en el Nuevo Testamento, vemos a la gente contribuir a las necesidades materiales de los demás, así como a apoyar la labor de los apóstoles (Hechos 2:42-47; 4:34-35; 1 Corintios 9:4-14; 2 Corintios 11:7-11; 1 Timoteo 5:17-18; Santiago 2:14-17). La gente necesita tener dinero para contribuir a las necesidades materiales. Los ricos tienen grandes oportunidades de dar generosamente. Para algunos, su riqueza también puede liberarles tiempo para servir a Dios y a los demás de maneras únicas. No importa cuánto dinero tengamos, todos los creyyentes estamos llamados a amar a los demás, y cada uno de nosotros es una parte necesaria del cuerpo de Cristo. Cada creyente está llamado a cuidar de los necesitados y a participar en el ministerio de diversas maneras (Romanos 12; Efesios 4:11-16). Cada uno de nosotros es un administrador de la riqueza que Dios nos ha confiado; debemos gastarla y darla según Su dirección. Una vez más, las riquezas no son el problema. El problema viene cuando amamos las riquezas en lugar de amar a Dios. Aunque la fama puede ser ciertamente una trampa (Juan 12:43) y a menudo está plagada de desafíos, también tiene sus méritos. La gente tiende a estar expuesta a los mensajes de los famosos y, naturalmente, les concede cierto grado de credibilidad. La fama puede ser una plataforma útil para compartir el Evangelio. Jesús dice a sus seguidores (y a nosotros) que son “la luz del mundo” y que deben hacer brillar su luz “delante de los hombres, para que vean sus buenas accionesy glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16). La fama puede hacer que la gente vea a Jesús y alabe a Dios. Pero tanto si nuestro nombre es reconocido por millones como si solo lo es por unos pocos, podemos ser luces para Cristo. A menudo, el testimonio más eficaz no es en una gran plataforma, sino a través de interacciones diarias uno a uno en las que compartimos el amor y la verdad de Cristo. Como Jesús, los cristianos no deben hacer “nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” (Filipenses 2:3-4).

COMPRENDE

REFLEXIONA

PONLO EN PRÁCTICA