¿Cómo puede un cristiano evitar convertirse en un felpudo para los demás?

En resumen:

Aunque Dios nos llama a amar a los demás, no estamos llamados a ser felpudos ni a permitir que otros nos maltraten. Podemos evitar convertirnos en un felpudo para otras personas al conocer nuestra identidad en Cristo y entender cómo Dios nos llama a amar a los demás.

¿QUÉ DICE LA BIBLIA?

Un felpudo es una alfombra que se coloca junto a una puerta para que la gente se limpie los zapatos. En sentido figurado, el término “felpudo” describe a las personas que se dejan pisotear, de las que se aprovechan o que son utilizadas por los demás sin oponer resistencia. A veces, los cristianos creen que, porque Jesús enseñó que debíamos “poner la otra mejilla” (Mateo 5:39) y “hacer el bien a los que los odian” (Lucas 6:27), quería decir que debíamos permitir que la gente nos maltratara, pero no es así. Es un error suponer que ser cristiano significa soportar continuamente un trato despectivo o abusivo; incluso Jesús tenía límites. Jesús no quería que sus discípulos fueran felpudos, y tampoco quiere que nosotros lo seamos.

DEL ANTIGUO TESTAMENTO

DEL NUEVO TESTAMENTO

IMPLICACIONES PARA HOY

Si las personas tienen una baja autoestima, pueden permitir que sus inseguridades gobiernen sus decisiones y la forma en que dejan que los demás las traten. Como temen el rechazo, son incapaces de establecer límites sanos y permiten que otros invadan su espacio personal con la esperanza de ser amados, apreciados y atendidos a cambio. En lugar de encontrar su valor y validación en Dios, intentan ser excesivamente complacientes para ganarse la validación de personas falibles, solo para acabar decepcionados. Debemos dejar que lo que Dios dice y el ejemplo de cómo vivió Jesús determinen cómo tratamos a los demás y cómo permitimos que nos traten. Vivimos en Cristo y seguimos Su ejemplo (Gálatas 2:20), pero aunque Jesús sirvió a otros con buena voluntad, tampoco permitió que la gente se aprovechara de Él; les daba solo aquello que estaba dispuesto a dar. Jesús se negó a ser un felpudo y a aceptar todo lo que la gente le imponía, ya fuera que quisieran hacerlo Su rey (Juan 6:15) o arrojarlo por un acantilado (Lucas 4:29). Jesús se apartó de estos momentos extremos y se escabulló de las multitudes, muchas veces para pasar tiempo con Dios. No podemos tener relaciones sanas sin límites sanos. Si no podemos decir “no”, entonces tampoco podemos decir verdaderamente “sí”. Cuando nos permitimos ser un felpudo para otros, lo que realmente estamos haciendo es facilitarles que continúen en su propia irresponsabilidad o pecado. Esto es egoísta de nuestra parte, porque surge de nuestro propio deseo de que los demás nos amen o nos necesiten. En lugar de dejar que vivan y aprendan de sus propias experiencias, sentimos la compulsión de rescatarlos de las consecuencias que merecen. Esto simplemente les permite seguir viviendo de la misma manera y, más que hacer que nos necesiten, hace que nos utilicen, y ambas cosas son perjudiciales. Muchas veces, la incapacidad de decir “no” es una señal de ser un felpudo; incluso Dios dice “no” a veces. Saber lo que Dios dice de nosotros y cómo nos llama a vivir puede evitar que nos convirtamos en felpudos.

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