Dios ordenó el exterminio de los cananeos porque el pecado de ellos había llegado a su colmo, tal como se predijo en Génesis 15:16. Sus prácticas, que incluían la idolatría y el sacrificio de niños, los hacían merecedores de juicio (2 Reyes 17:17-18). Al expulsar a los cananeos, Dios buscaba establecer una sociedad que reflejara Su santidad y justicia, como se ve en Deuteronomio 7:1-2. Este mandato también tenía como objetivo proteger a los israelitas de la influencia corruptora de los cananeos, como se advierte en Deuteronomio 7:3-4. En última instancia, el juicio de Dios fue una respuesta a la maldad de los cananeos y una salvaguarda para Su pueblo (Éxodo 34:6-7). Sin embargo, Su juicio también vino acompañado de misericordia, ya que les dio 400 años para arrepentirse y vivir para Él. El exterminio de los cananeos nos advierte sobre los peligros de la desobediencia, la complacencia y el postergar nuestra entrega a Dios. Por el contrario, estamos llamados a entregar de todo corazón nuestras vidas a Aquel que es bueno y justo.
La orden de Dios a los israelitas de expulsar a los cananeos se basaba en Su deseo de que Su pueblo viviera de una manera que reflejara Su santidad, justicia y misericordia. Hoy, esto nos enseña la importancia de buscar una vida totalmente dedicada a Dios, libre de influencias que puedan desviarnos. Así como Dios fue paciente con los cananeos, dándoles más de 400 años para que se apartaran de su maldad, Él es paciente con nosotros, deseando que nos alejemos de cualquier cosa que nos separe de Él. Sin embargo, Su paciencia no debe darse por sentada, ya que Su juicio es inevitable para quienes persisten en el pecado y continúan rechazándolo. Esto nos llama a vivir con un sentido de urgencia para alinear nuestras vidas con Su voluntad, sabiendo que el deseo de Dios es para nuestro bien: distinguirnos como un pueblo que refleja Su carácter en un mundo lleno de distracciones.
Aunque la paciencia de Dios es una oportunidad para el arrepentimiento, nunca debe usarse como una excusa para la autocomplacencia. Hay una diferencia entre el contentamiento y la complacencia. El contentamiento revela gratitud por lo que tienes y por dónde estás en la vida. La complacencia, en cambio, da por sentada la bondad y la gracia de Dios. Es peligrosa porque crea una falsa sensación de seguridad, que nos lleva a creer que todo está bien, incluso cuando nos estamos alejando de la voluntad de Dios. Embota nuestra sensibilidad espiritual, haciéndonos menos receptivos a la guía del Espíritu Santo. Con el tiempo, la complacencia puede endurecer el corazón, tolerando el pecado e ignorando el llamado de Dios, lo que estanca nuestra relación con Él. Esta falta de vigilancia abre la puerta a la decadencia espiritual, conformándonos gradualmente a los valores del mundo en lugar de a las normas de Dios. En última instancia, la complacencia nos pone en riesgo de perdernos la plenitud de vida que Dios desea para nosotros y puede llevarnos a Su disciplina si ignoramos Su llamado. Por el contrario, estamos llamados a vivir de todo corazón para el Señor, eliminando las influencias que podrían alejarnos de Él. Saber que Su juicio es justo y seguro debe motivarnos a tomar en serio cómo vivimos y a confiar en Aquel que es paciente y justo.