¿Qué significa lo que dice Santiago 2:19 de que 'También los demonios creen'?

En Santiago 2:19 Santiago escribe: "Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan". Esta declaración viene en un pasaje donde Santiago está explicando: "La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta" (Santiago 1:27). Su principal instrucción es: "sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos" (Santiago 1:22). Para establecer esta distinción entre oír la Palabra de Dios y vivir realmente la Palabra de Dios, Santiago recuerda a sus lectores que incluso los demonios creen. Ellos creen que Jesús es el Hijo de Dios, que murió en la cruz por los pecados del mundo y que resucitó al tercer día. De hecho, no sólo lo creen; lo saben porque han sido testigos de los hechos desde antes de la creación del mundo (Ezequiel 28:13). En Marcos 1:24, cuando Jesús expulsó un espíritu maligno de un hombre, el espíritu dijo: "Sé quién eres, el Santo de Dios". Santiago está hablando de esta interpretación de Jesús cuando escribió que "también los demonios creen".

El propósito de Santiago al destacar las creencias de los demonios es mostrar que con el simple hecho de reconocer a Dios y Su identidad no es suficiente para tener una fe salvadora. Cuando Santiago dice: "ú crees que Dios es uno", se refiere a un principio profundamente arraigado en la fe judía. Todos los días los judíos recitan el Shema, una oración en la que se encuentra Deuteronomio 6:4 que dice: "El Señor nuestro Dios, el Señor uno es". Sin embargo, creer simplemente en el SEÑOR (Yavé) de la Biblia no es lo que otorga la salvación. Más bien, el Salmo 51:17 enseña que los sacrificios que Dios acepta son "el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado". Es un reconocimiento de la santidad de Dios y de que no vivimos de acuerdo con esa norma, que nos arrepentimos y confiamos únicamente en la misericordia y la gracia de Dios (Efesios 2:8-10). Cuando llegamos a esta actitud de humildad delante de Dios, nuestra voluntad se rinde y estamos dispuestos a permitir que Dios gobierne nuestras emociones, pensamientos y acciones. Esta actitud de entrega a Dios es lo que les falta a los demonios.

Santiago indica que cuando una persona se rinde a Dios, sus acciones lo demuestran. Dice: "Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras" (Santiago 2:18). Esto no significa que sus obras hayan sido la causa de su salvación, sino más bien que su entrega a Dios por la fe le llevó a la salvación y que dicha entrega a Dios se manifiesta en las obras que ahora Dios le lleva a hacer. Santiago define "la religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre" refiriéndose a "Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo" (Santiago 1:27). Santiago nos enseña que la verdadera fe se refleja en amar activamente "a tu prójimo como a ti mismo" (Santiago 2:8). De hecho, en Santiago 2:15-16 nos ofrece un ejemplo de la vida real. "Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?". Ni es bueno para la persona mal vestida y hambrienta, ni es un indicio de una verdadera fe (salvadora).

Jesús también usó una ilustración para hablar de la diferencia entre ser meramente un oyente de la palabra y ser un hacedor de la palabra. En Mateo 7:24-27, Jesús dice: "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina". La fe que permanece es una fe que se lleva a la práctica y se vive de una manera que sigue la Palabra de Dios y da como resultado amar a Dios y amar al prójimo (Marcos 12:30-31). La fe que es meramente intelectual y acepta las realidades de Dios sin rendir la voluntad, como se evidencia en nuestras acciones, no es una fe salvadora. Esta distinción es lo que Santiago estaba enseñando en Santiago 2:19 cuando afirmó que "también los demonios creen".



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