¿Cómo puedo superar el rechazo?

El rechazo es una experiencia común y normal. Ocurre en las relaciones, en empresas comerciales y en otras actividades. Buscamos una conexión y nos rechazan, o solicitamos algo y se nos niega. El rechazo a menudo nos hace cuestionar nuestro valor como personas. Incluso aquellos que conocen a Jesús como Salvador y saben que su identidad está en Cristo y no en las opiniones de los demás, no son inmunes al dolor del rechazo. Por doloroso que pueda ser el rechazo, especialmente cuando ocurre por primera vez, es algo que podemos superar, especialmente con la ayuda de Dios.

El primer paso es reconocer nuestra emoción y compartir nuestro dolor con Dios. Fingir que el rechazo no ocurrió o que no duele no servirá de nada. Dios ya lo sabe. De hecho, comprende nuestros sentimientos más profundamente de lo que podemos imaginar. Mira cuántos rechazaron a Jesús durante su tiempo en la tierra. Mira cuántos todavía rechazan la oferta de amor y gracia de Dios. Dios ciertamente puede sentir empatía por nosotros.

Después de haber compartido nuestro dolor con Dios, buscamos su consuelo. Esto se logra mediante la oración y la verdad de la Palabra de Dios. Cuando pertenecemos a Cristo, somos hijos de Dios (Juan 1: 12-13). Somos completamente amados y nada nos separará jamás del amor de Dios (Romanos 8: 31–39). Él nos "ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo." (Efesios 1: 3). "Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo" y "nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo" (véase Efesios 1: 4–10). Recordar nuestra identidad en Cristo y el generoso amor de Dios contribuirá en gran medida a eliminar el aguijón del rechazo humano.

A veces, el rechazo es el simple resultado de una relación, trabajo u otra circunstancia que no encaja bien. Puede que nos sorprenda, pero podemos "[...] sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos." (Romanos 8: 28-29). Los planes de Dios para nuestras vidas no fallan por el rechazo. Más bien, el rechazo puede ser un impulso para nuestro crecimiento espiritual y un recordatorio de que Dios es soberano (Santiago 1: 2–5; Romanos 5: 3–5).

A veces, el rechazo es el resultado de algo en nuestra vida que necesita cambiar. Por ejemplo, es posible que nos rechacen para un trabajo porque necesitamos más educación. O alguien podría rechazarnos como amigos porque damos la impresión de ser arrogantes o mezquinos. Si bien el rechazo no debería hacernos cuestionar nuestro valor fundamental como seres humanos hechos a la imagen de Dios o como hijos de Dios en Cristo, está bien que el rechazo impulse la autorreflexión. Pídele a Dios que te guíe si hay algo en tu vida o en tu carácter que necesite Su toque transformador. Entonces sométete a Su obra en tu vida con gozo. Cuando Dios revela algo en nosotros que necesita cambiar, no es para avergonzarnos, sino para hacernos crecer en Cristo y completar Su buena obra (Filipenses 1: 6; 2: 12-13; 2 Corintios 3: 17-18; 13: 5).

A veces nos rechazan porque somos cristianos. Jesús les dijo a sus seguidores: "Si el mundo los aborrece, tengan presente que antes que a ustedes, me aborreció a mí. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como a los suyos. Pero ustedes no son del mundo, sino que yo los he escogido de entre el mundo. Por eso el mundo los aborrece." (Juan 15: 18-19; véase también Lucas 10:16). No debemos ofendernos cuando la gente nos rechaza a causa de Cristo. En cambio, podemos pedir el corazón de Dios para esas personas y orar para que lleguen a conocerlo. Jesús es el único Salvador (Juan 14: 6; Hechos 4:12). Si la gente lo rechaza, permanece condenada (Juan 3: 16-18). Con la perspectiva de Dios, el dolor del rechazo cambia de una afrenta personal a una de tristeza por su estado perdido y deseo que lleguen a conocer a Cristo.

El rechazo es algo con lo que continuaremos lidiando a lo largo de nuestras vidas. Pero no es algo que deba obstaculizarnos. En cambio, podemos usar el rechazo como una oportunidad para experimentar el consuelo de Dios y recordar la verdad y la firmeza de Su amor. Nuestro valor descansa directamente en Dios, no en las actitudes o acciones de los demás, ya sea que nos acepten o nos rechacen. Dios es la medida de la verdad, no los valores y opiniones cambiantes del mundo o de quienes están en él (Juan 8: 31–32).



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