¿De qué manera el libre albedrío del hombre y la soberanía de Dios obran juntos en la salvación?

Es importante definir estos conceptos antes de intentar explicar la forma en que la soberanía de Dios obra junto con el libre albedrío del hombre. Una descripción bíblica básica de la soberanía de Dios es Su realeza, Su gobierno y el hecho de que Él tiene la autoridad definitiva en todo. Ser soberano significa que, desde el rey más poderoso hasta el átomo más pequeño, todo se somete, en definitiva, a Su poder (Romanos 14:11, 11:36). El libre albedrío, en lo que respecta a la elección que hacemos de aceptar o rechazar la salvación, no se menciona de forma expresa en la Biblia, aunque la frase "libre albedrío" se utiliza comúnmente para explicar el concepto de la capacidad que tiene el ser humano de tomar decisiones durante su vida y su responsabilidad de tomar las decisiones correctas.

Ahora bien, no es posible que la capacidad que tiene el ser humano de elegir invalide o anule de alguna manera la soberanía de Dios. Nuestras decisiones no se pueden tomar fuera de Su voluntad. Surgen muchas preguntas en nuestras mentes cuando miramos estas dos realidades una al lado de la otra. ¿Cómo debemos encarar la evangelización? ¿Acaso somos realmente libres de elegir si Su voluntad está por encima de la nuestra? ¿Y hasta qué punto es justo que seamos responsables de nuestras acciones si nuestra salvación depende de Su voluntad?

Es cierto que la salvación del hombre está determinada y es obra de Dios (Romanos 8:29; 1 Pedro 1:2). Dios decidió salvar a Sus elegidos antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4), y a esas personas elegidas siempre se las llama los "escogidos" de Dios (Romanos 8:33, 11:5; Efesios 1:11; Colosenses 3:12; 1 Tesalonicenses 1:4; 1 Pedro 1:2, 2:9). La palabra "escogidos" también se utiliza constantemente en las Escrituras (Mateo 24:22, 31; Marcos 13:20, 27; Romanos 11:7; 1 Timoteo 5:21; 2 Timoteo 2:10; Tito 1:1; 1 Pedro 1:1). La Biblia confirma una y otra vez que los creyentes son predestinados (Romanos 8:29-30; Efesios 1:5, 11) y elegidos (Romanos 9:11, 11:28; 2 Pedro 1:10) para la salvación.

También es verdad que el hombre es responsable de arrepentirse y creer en Cristo (Juan 3:16; Romanos 10:9-10). La experiencia de todo cristiano confirma que el arrepentimiento del pecado y el creer en la sangre de Cristo para cubrir nuestros pecados es algo que debemos hacer, voluntariamente, para ser salvos. ¿Quiere decir esto que nuestra voluntad es libre? Esa es una pregunta más difícil. Las Escrituras parecen indicar que el primer paso en la salvación no lo damos nosotros, sino Dios (Juan 6:44). Él cambia nuestros corazones, haciéndonos nuevas criaturas, con un mayor deseo de Dios y un nuevo rumbo en la vida (2 Corintios 5:17). Efesios 2:1-5 y Romanos 5:6-10 nos dicen que Cristo murió por nosotros cuando estábamos "muertos en delitos" y todavía éramos pecadores y Sus enemigos. Ciertamente, nuestros corazones deben responder a Su amor y a Su llamado. Pero también es cierto que un corazón que responde a Su llamado es, por necesidad, un corazón transformado.

Para una criatura finita (el hombre) no es posible comprender las complejidades de la infinita voluntad de Dios (Romanos 11:33-36). Durante siglos se ha discutido sobre el libre albedrío y la soberanía, y se seguirá discutiendo. Conviene pensar en eso, leer la Biblia y pedir sabiduría para entenderlo. Pero entretanto, no debemos olvidar que Él nos ha dado mandamientos que debemos seguir. Tenemos que llevar el Evangelio a todo el mundo (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8). Debemos apartarnos del pecado y seguirle, renunciando a este mundo. Debemos amarle y amar a nuestro prójimo, a nuestros hermanos y a nuestros enemigos imitando a Cristo.



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