¿Por qué es difícil seguir a Jesucristo?

Seguir a Jesucristo es difícil. De hecho, sin la gracia de Dios, sería imposible seguir a Jesús (Mateo 19:25-26). Jesús exige una entrega total y una completa sumisión. Él no se conformará con un segundo lugar en nuestras vidas. Jesús nos llama a estar dispuestos a renunciar a cualquier cosa y a todo para seguirle. Nuestros lazos familiares más íntimos, nuestras carreras, nuestra riqueza material, incluso nuestra propia vida, deben estar subordinados a nuestro amor y lealtad a Jesús (Mateo 10:37-39; Lucas 14:26). Seguir a Jesús significa reconocerle y someterse a Él como nuestro Salvador, Señor y Dios (Lucas 2:11; Juan 20:28). Seguir a Cristo es difícil porque exige no sólo estar dispuesto a morir por Él, sino a vivir por Él mediante un servicio abnegado (Romanos 12:1; Filipenses 1:22). Seguir a Cristo es difícil porque requiere autodisciplina y la disciplina de Dios (1 Corintios 9:25-27; Hebreos 12:3-11). Al seguir a Cristo debemos disciplinar nuestros corazones, mentes y cuerpos para que estemos listos para pelear ya que seguir a Cristo también significa que estamos en guerra. Los seguidores de Cristo están en guerra con el Diablo, el mundo y las viejas naturalezas pecaminosas que hay en nosotros (Efesios 6:11-12; 1 Pedro 5:8; Juan 15:18; 1 Juan 3:13; Romanos 7:21-25; Gálatas 5:17). Seguir a Cristo es difícil porque implica sufrimiento (2 Timoteo 3:12).

En este momento, es posible que veas muy pocos motivos para alegrarte. Sin embargo, nuestro entusiasmo comienza cuando miramos a Jesucristo. Él es nuestro sumo sacerdote, que fue tentado en todo como nosotros, pero no pecó (Hebreos 4:15). Ya que Cristo se hizo hombre, puede compadecerse de nuestra fragilidad y debilidad. Jesús fue un hombre experimentado en dolores y supo lo que es el sufrimiento. Él sabe lo que significa ser rechazado, traicionado, golpeado e incluso crucificado. Jesús, siendo Dios, se humilló y tomó la forma de siervo para obedecer plenamente la voluntad del Padre y dar Su vida en rescate por muchos (Filipenses 2:8; Mateo 20:28). Cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8). Cualquiera que sea la dificultad que enfrentemos o las penalidades que suframos, no se pueden comparar con los sufrimientos de Cristo. Sólo Jesús sabe lo que es sufrir el castigo por los pecados de todo el mundo (1 Juan 2:2). Además, Jesús no nos ha dejado solos en nuestras dificultades, sino que ha enviado a su Espíritu Santo para que habite en nosotros, nos guíe, nos consuele, ore por nosotros y nos fortalezca (Juan 14:16, 26; Juan 16:13; 1 Corintios 2:10; Romanos 8:26-27).

Seguir a Jesús es un camino estrecho (Mateo 7:13-14). Cuando seguimos a Cristo, vamos en contra de nuestra naturaleza natural y pecaminosa y en contra del sistema mundial caído y corrupto. Vivimos en contra del reino de Satanás y del pecado en nuestro mundo (2 Corintios 4:4; Efesios 2:1-3), y puede resultar desafiante ir en contra de la corriente natural. Hemos sido liberados del pecado, pero seguimos luchando contra él (Romanos 7:15-8:2). Es difícil luchar contra el pecado, tanto por la atracción engañosa y seductora del pecado como por el hecho de que, sabiendo que sólo conduce a la muerte y es desagradable a Dios, lo odiamos profundamente. En general, el mundo está muerto a causa del pecado. En Jesús, estamos espiritualmente vivos (Efesios 2:1-10). Sabemos que hay algo mucho mejor y lo anhelamos. Tenemos la luz, y por eso comprendemos más profundamente la tragedia de las tinieblas. Tal comprensión es tanto un estímulo para seguir a Cristo como una dificultad para vivir en este mundo como sus seguidores.

Es un privilegio que Dios nos ha concedido no sólo creer en Cristo, sino también sufrir por Su causa (Filipenses 1:29). La dificultad de seguir a Jesús es por nuestro bien y por la gloria suprema de Dios, porque los que sufren por Cristo serán los que triunfen (2 Timoteo 2:12; Romanos 8:17). El proceso de ser conformado a la imagen de Jesucristo no siempre es fácil ni cómodo, pero siempre es motivo de gozo ya que resulta en nuestra madurez en Cristo (Santiago 1:2-4). Así como el sufrimiento de Cristo dio lugar a Su exaltación (Filipenses 2:5-11), nuestros sufrimientos nos preparan un peso eterno de gloria (2 Corintios 4:17-18). A los que siguen a Cristo, Dios ha prometido que nuestros sufrimientos no son comparables con la gloria que se revelará en nosotros, pues en el cielo seremos como Jesús, y moraremos con él para siempre en un lugar donde no hay dolor ni sufrimiento (Filipenses 3:20-21; Apocalipsis 21:3-4).



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