¿Qué es un gentil?

En pocas palabras, un gentil es alguien que no es de descendencia judía. En el Antiguo Testamento, vemos cómo los judíos fueron el pueblo escogido por Dios, al que apartó del resto del mundo para que diera testimonio según el antiguo pacto y para que fuera precisamente el linaje por el que vendría el Mesías. Dios le dijo a Abraham: "Pero el Señor había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra" (Génesis 12:1-3). Aquí vemos tanto la separación del pueblo judío (Dios hará una nación de Abraham) como la inclusión de Dios (todas las familias de la tierra serían benditas).

Después, Dios le dio a Moisés la Ley, que es en gran parte lo que distinguía a los judíos de los demás. Dios mostró Su santidad por medio de los judíos y, como ya se ha dicho, usó sus raíces para enviar al Salvador. Ahora bien, la salvación de Dios es tanto para los judíos como para los gentiles, como lo demuestra el Nuevo Testamento. La muerte y resurrección de Jesús trajo el nuevo pacto que se ofrece gratuitamente a todos los que creen (Juan 3:16-18; Gálatas 3:28). Jesús es el Salvador del mundo, de judíos y gentiles (Juan 4:42; 1 Juan 2:2; Hechos 4:12).

Los judíos eran muy conscientes de su llamado a separarse de las naciones que los rodeaban, y muchas de las leyes del Antiguo Testamento que establecían cómo debían lucir, como no recortarse la barba y lo que debían comer, los diferenciaban de maneras muy obvias. Los israelitas también debían evitar la adoración de dioses falsos y otras prácticas paganas de las naciones gentiles que los rodeaban. Pero, al mismo tiempo, los judíos debían ser hospitalarios con los extranjeros. Dios les dijo: "Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo el Señor vuestro Dios" (Levítico 19:33-34).

De hecho, a los gentiles se les permitía unirse a la comunidad judía y seguir sus leyes. Rut y Rahab son los mejores ejemplos de esta clase de gentiles en el Antiguo Testamento. Dios siempre acogió al extranjero y exhortó a Su pueblo a hacer lo mismo: "Y a los hijos de los extranjeros que sigan al Señor para servirle, y que amen el nombre del Señor para ser sus siervos; a todos los que guarden el día de reposo para no profanarlo, y abracen mi pacto, yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos" (Isaías 56:6-7).

Lamentablemente, en la época en que vino Jesús, ya existía hostilidad entre judíos y gentiles. Considerando la historia de los israelitas con las naciones vecinas y el juicio de Dios cuando en el pasado habían adoptado las prácticas paganas de tales naciones, tenían buenas razones para desconfiar de las influencias negativas. Sin embargo, durante la época de Jesús, muchos de los judíos estaban orgullosos de su herencia. Se suponía que los gentiles eran paganos, se les consideraba impuros e incluso se les llamaba "perros". No era habitual que los judíos hablaran con gentiles o entraran en sus casas (Hechos 10:28). Al samaritano se le consideraba mestizo (en parte gentil y en parte judío) y había que evitarlo (Juan 4:9). Incluso Jesús hizo mención de la relación de los gentiles con el paganismo en algunas de Sus enseñanzas (Mateo 5:47; 6:7).

Aunque el ministerio principal de Jesús se dirigía al pueblo judío, rompió las fronteras culturales al hablar con los gentiles, sanarlos e incluso maravillarse de su fe (Mateo 8:5-13; Marcos 7:24-30; Juan 4:7-30). Jesús vino para la salvación de todas las personas, tanto judíos como gentiles (1 Juan 2:2; Juan 3:16-18; Isaías 42:1, 6; Gálatas 3:25-29).

Después de la resurrección de Jesús, Sus discípulos tardaron un tiempo en comprender plenamente que la salvación era también para los gentiles. Jesús les dijo: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:19-20). Ellos debían ser Sus "testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra" (Hechos 1:8). Los apóstoles primero vieron a muchos judíos aceptar el evangelio y recibir el Espíritu Santo (Hechos 2), luego vieron que también a los samaritanos se les daba el Espíritu Santo (Hechos 8). Posteriormente Dios le dio a Pedro una visión, diciéndole que fuera a la casa de un gentil que pronto buscaría a Pedro y que compartiera el evangelio con la familia gentil. En la visión, Dios le dijo: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común" (Hechos 10:15). Pedro obedeció y, cuando oyó lo que Dios le había dicho al gentil Cornelio, exclamó: "En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia" (Hechos 10:34-35). Los gentiles de la casa de Cornelio creyeron, y Dios lo confirmó con la evidencia de la obra del Espíritu Santo (Hechos 10:1-48; 11:1-18).

La división entre judíos y gentiles siguió siendo un problema en la Iglesia primitiva, ya que algunos pensaban que era necesario que las personas adoptaran las leyes judías para poder ser salvos (Hechos 15). En ocasiones, el Nuevo Testamento se refiere al "grupo de la circuncisión" o a los "judaizantes", quienes eran estas personas. Sin embargo, Dios deja muy claro que la salvación es un don gratuito para todas las personas; no depende de la herencia, sino de la gracia de Dios por medio de la fe (Efesios 2:1-10).

Pablo explicó: "Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Efesios 2:14-22).

El Evangelio es tanto para el judío como para el gentil. La muerte y resurrección de Jesús hizo posible que todas las personas tuvieran acceso a Dios. "Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3:27-28). Simplemente debemos acudir a Él con fe.



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