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¿Cuáles son algunas de las similitudes entre las tradiciones nupciales judías y nuestra relación con Cristo?

En el Antiguo Testamento, muchas veces Dios se refiere a Su relación con el pueblo escogido en términos de un matrimonio en el que Él es el esposo y Su pueblo la esposa (Isaías 54:5; Jeremías 31:32; Oseas 2:16). Jesús continúa esta metáfora en el Nuevo Testamento (Mateo 9:15; 25:1-13). Y Pablo se refiere a Cristo como el esposo de la iglesia creyente en 2 Corintios 11:2 y Efesios 5:25-27. En Apocalipsis 19:7 y 21:9, Dios le da a Juan una visión de una fiesta de bodas al final de los tiempos. Por tanto, para comprender plenamente la metáfora que Dios utiliza en toda la Biblia, hay que profundizar en las tradiciones nupciales judías.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que una boda judía tradicional consta de dos etapas. La primera es el kiddushin, o etapa de esponsales, en la que la pareja se aparta de los demás y se dedica exclusivamente el uno al otro (santificación). Es un periodo de intención y preparación. El novio ofrecía un precio por la novia a la familia de la mujer para dar a conocer sus intenciones. Cuando se aceptaba la propuesta y se pagaba y aprobaba el precio de la novia, el hombre preparaba un hogar para él y su esposa después de la ceremonia nupcial. La mujer recogía su dote para llevarla consigo al matrimonio y, a medida que se acercaba la fecha de la ceremonia, celebraba un tisch, o recepción nupcial. Durante el tisch, la novia entraba en el mikvah, o baño ceremonial, para limpiarse y luego se hacía diseños de tinta de henna en el cuerpo, tanto para protegerse como para embellecerse.

Hay muchas similitudes entre este periodo de esponsales de las parejas judías y nuestra relación con Cristo. Al igual que el precio de la novia, Jesús pagó un precio por Su pueblo entregando Su vida en la cruz (1 Corintios 6:20; 7:23). Por haber pagado este precio, los creyentes han sido llamados y apartados para Jesús (1 Pedro 2:9-10). Además, Jesús dijo que estaba preparando un lugar para Sus seguidores en la casa de Su Padre (Juan 14:2-3). Efesios 5:26-27 y 1 Corintios 6:11 nos dicen que la sangre de Jesús derramada en la cruz lava a los creyentes, así como el mikvah limpia a la novia judía. El Espíritu Santo protege a los creyentes y los sella como miembros de Cristo, al igual que la tinta de henna que se aplica a la novia durante el tisch (Juan 14:17; 16:13-15; Efesios 1:13-14).

La segunda etapa de una boda judía tradicional es el nissuin, o el matrimonio, cuando los novios se comprometen el uno con el otro. Comienza con la ketuba, o contrato en el que se establecen los derechos y deberes de la pareja, el cual han de firmar y presenciar los testigos. Después, el novio coloca un velo sobre la novia durante la bedeken, o ceremonia del velo. Seguidamente el novio prepara la jupá, o dosel, que servirá de marco a la ceremonia. Cuando la novia llega bajo la jupá, rodea al novio tres veces para recordar al pueblo la triple promesa de Dios de desposar a Su pueblo consigo para siempre en Oseas 2:19-20. El novio coloca un anillo en el dedo de la novia que dice: "He aquí que por este anillo quedas consagrada a mí como mi esposa según las leyes de Moisés y de Israel". A continuación, se pronuncian siete bendiciones (Sheva Brachot) que reflejan temas del matrimonio judío y el rol de Dios en ese matrimonio. La ceremonia concluye con el rompimiento de cristales. Posteriormente, los novios pasan entre diez y veinte minutos a solas durante el Yichud. Finalmente, hay una recepción en la que se baila, se come y se agasaja a la pareja. Durante la recepción se vierten dos copas de vino en una sola para que la pareja la comparta, como representación de que sus dos vidas se funden en una sola.

La segunda etapa de las bodas judías también tiene mucho en común con la relación del creyente con Cristo. La ketuba para los creyentes es el nuevo pacto. Cristo nos viste con "las vestiduras de la salvación... [y] el manto de la justicia" como el novio cubre a su novia con el velo durante el bedeken (Isaías 61:10). La jupá representa a la pareja creando una nueva vida y un nuevo hogar juntos, aunque sus cuatro lados están abiertos a la comunidad, al igual que nuestra vida con Cristo debe compartirse abiertamente con quienes nos rodean (Mateo 28:19-20; Hechos 1:8). La esposa que recibe el anillo como símbolo externo de su relación con su marido es similar al cristiano que recibe el Espíritu Santo como sello que garantiza nuestra herencia (Efesios 1:13-14). De igual modo, las palabras pronunciadas durante la ceremonia del anillo hacen eco de las palabras de Cristo de que todos los creyentes le pertenecen (Juan 17:9-10). Las Siete Bendiciones son oraciones que glorifican a Dios por Su creación y Su obra en la vida de la pareja, del mismo modo que nosotros estamos llamados a glorificar a Dios por Su obra en nosotros y a nuestro alrededor (Romanos 15:4-6; 9-12). Por último, en el Apocalipsis vemos un banquete nupcial como ninguno otro en la tierra, con banquete, cantos y alegría desbordante. Así como los novios han de ser uno, tal como simboliza la copa de vino, así también nosotros hemos de tener la mente de Cristo y ser uno como Su Iglesia (1 Corintios 2:16; Romanos 12:5; 15:5-6; Efesios 5:29-32).

Hay muchos paralelismos esperanzadores que podemos analizar al observar el uso que Dios hace de la metáfora del matrimonio para describir la relación que desea tener con Su pueblo. Si entendemos las ceremonias matrimoniales judías tradicionales, comprenderemos mejor esa metáfora y entenderemos mejor quién es Dios y cómo obra con Su pueblo.

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