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¿Qué dice la Biblia sobre la superioridad moral?

La superioridad moral puede significar dos cosas que a menudo van de la mano: puede significar buscar salvarse a sí mismo a través de las obras, o puede significar la certeza de que eres moralmente superior a los demás.

La gente suele pensar que la justicia se mide por lo que hacemos o por los valores que tenemos. Por ejemplo, si alguien obedece la ley y vive una vida moralmente pura, se le considera justo. Sin embargo, la Biblia nos dice que, dado que las personas son pecaminosas por naturaleza, no podemos ganarnos nuestra propia justicia (Romanos 3:10, 20, 23). La Biblia enseña el concepto del pecado original: debido a que Adán y Eva pecaron, todos sus descendientes están corrompidos por el pecado: "Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron." (Romanos 5:12). Todo ser humano tiene una naturaleza pecaminosa (Salmo 51: 5; 1 Juan 1: 8), y por lo tanto, cualquier bien que haga una persona no puede salvarlo ni hacerlo mejor que los demás. No hay verdadera justicia que se pueda ganar con esfuerzo propio, "pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Por lo tanto, sin Jesucristo, todos están en la misma posición ante Dios: separados de Él y merecedores de la muerte (Romanos 6:23; Juan 3: 16-18).

Claramente, no podemos salvarnos de nuestro estado corrupto, así que Dios envió a Su Hijo, Jesús, a morir por nosotros, para que pudiera imputarnos su propia justicia: "Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios.” (2 Corintios 5:21). No tenemos que trabajar por ganarnos nuestra justicia. Más bien, simplemente necesitamos poner nuestra fe en Jesús, y Dios verá la justicia de Cristo cuando nos mire: "Ahora bien, cuando alguien trabaja, no se le toma en cuenta el salario como un favor, sino como una deuda. Sin embargo, al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia." (Romanos 4: 4-5). La muerte de Cristo hizo expiación por nuestros pecados. Nuestra salvación no se basa en nuestras obras, sino que se basa en la gracia de Dios recibida mediante la fe (Efesios 2: 8-10), "[…] si la justicia se obtuviera mediante la ley, Cristo habría muerto en vano" (Gálatas 2:21). Una vez que entendemos que somos pecadores por naturaleza y que no podemos ganar la justicia por las obras, podemos descansar en la gracia de Dios para con nosotros. Esta es la cura para la justicia propia.

Esto nos lleva a otro problema respecto de la superioridad moral. Incluso las personas que han sido salvadas por gracia, y a veces especialmente estas personas son las que se sienten moralmente superiores por las formas en que Cristo las ha cambiado, o por las cosas que dejaron de hacer debido a la obra de Cristo en su corazón. Jesús cuenta una parábola sobre un líder religioso y un pecador que demuestra perfectamente cómo se ve esta superioridad moral: "A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola: ‘Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo”. En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” Les digo que este, y no aquel, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido' " (Lucas 18: 9-14). Esta actitud de superioridad moral es un peligro constante para los que están en Cristo. Por lo tanto, siempre debemos humillarnos ante Dios, dándonos cuenta de que es solo por Su gracia que somos salvos, y no por nuestras propias obras, y que en última instancia es Dios quien transforma nuestro corazón y nuestra vida (Filipenses 2: 12-13).

Dios detesta la superioridad moral porque es una mentira. La superioridad moral impulsa a las personas al orgullo en lugar de amar y, en última instancia, la superioridad moral nos separa de Dios. Por esta razón, debemos humillarnos continuamente ante Dios y descansar en la seguridad de Su gracia.

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