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¿Son los deseos sexuales inherentemente pecaminosos?

Los deseos sexuales no son inherentemente pecaminosos. En el paraíso del jardín del Edén, antes de que el pecado entrara en el mundo, Dios dijo: "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada." (Génesis 2:18). En un mundo perfecto y sin pecado, Dios creó a Adán con la necesidad de conectarse con un prójimo. Entonces Dios proveyó para esta necesidad al formar una mujer a quien Adán reconoció como "hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Génesis 2:23). Al ver a la mujer, Adán tuvo una reacción visceral, reconociendo a un compañero humano con el que podía tener comunión de una manera única. Génesis 2:25 registra que "el hombre y la mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía vergüenza." Estar juntos y desear la conexión humana no era nada de que avergonzarse y no constituía pecado.

En Cantar de los Cantares, Dios proporciona una ilustración íntima del amor y el deseo sexual entre un esposo y una esposa. En el Cantar de los Cantares 5:16 la esposa proclama acerca de su esposo, " ¡él es todo un encanto!". Más adelante en el Cantar de los Cantares 7:10 ella declara: "Yo soy de mi amado, y conmigo tiene su contentamiento." Tanto el esposo como la esposa sienten deseo sexual el uno por el otro. En medio de esta poética oda al amor, Dios pronuncia una bendición sobre su relación sexual. En Cantar de los Cantares 5: 1, los "Otros" declaran: “¡Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados!" Este pronunciamiento se hace eco de lo que Dios dijo en el jardín del Edén en Génesis 1:28: "Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra'". Dios es el creador del sexo y Él ha bendecido los deseos sexuales y la unión sexual de los matrimonios.

Desafortunadamente, el pecado ha entrado en nuestro mundo y ha corrompido los buenos y santos deseos que Dios creó, torciéndolos de maneras que Dios no pretendía. Las situaciones tanto en Génesis como en Cantar de los Cantares hablan de deseo dentro de relaciones heterosexuales, monógamas y comprometidas. Esos deseos deben ser alentados y satisfechos. Sin embargo, surgen problemas cuando nuestros deseos sexuales se satisfacen fuera de esos parámetros.

Cuando Pablo le escribió a los corintios, les explicó que "si no pueden dominarse, que se casen, porque es preferible casarse que quemarse de pasión." (1 Corintios 7: 9). Aquí Pablo explicó que el autocontrol es necesario cuando se trata del deseo sexual. El deseo en sí no es pecaminoso, más bien la forma en que manejamos el deseo determina si pecamos o no. De hecho, Pablo reitera, "Si alguno piensa que no está tratando a su prometida como es debido, y ella ha llegado ya a su madurez, por lo cual él se siente obligado a casarse, que lo haga. Con eso no peca; que se casen. Pero el que se mantiene firme en su propósito, y no está dominado por sus impulsos, sino que domina su propia voluntad, y ha resuelto no casarse con su prometida, también hace bien." (1 Corintios 7: 36-37). El deseo apasionado en sí mismo no es pecaminoso. Entonces, las opciones son casarse y satisfacer ese deseo de la manera que Dios quiso o mantener ese deseo bajo control, absteniéndose del matrimonio y ejerciendo el autocontrol sobre los pensamientos y acciones de uno.

Proverbios 5 contrasta lo bueno del deseo sexual dentro del matrimonio con la maldad de complacer esos deseos fuera del matrimonio. Al hablar de la esposa, Proverbios 5:19 dice: "¡Que sus pechos te satisfagan siempre! ¡Que su amor te cautive todo el tiempo!" Sin embargo, continúa con una advertencia: “¿Por qué, hijo mío, dejarte cautivar por una adúltera? ¿Por qué abrazarte al pecho de la mujer ajena? [...] Morirá por su falta de disciplina; perecerá por su gran insensatez." (Proverbios 5:20, 23). Se fomentaba el deseo sexual por su esposa, pero el deseo por otra mujer no debía ser complacido. En cambio, el hijo fue llamado a ejercitar la autodisciplina. Este mismo principio se puede aplicar a cualquier deseo sexual que podamos sentir. Los deseos mal dirigidos pueden llevarnos al pecado si los permitimos pensando continuamente en ellos, meditando en deseos sexuales o participando en actividades sexuales fuera de los parámetros de Dios. Pero el deseo sexual dentro de los parámetros de Dios para el sexo no es nada de qué avergonzarse; de hecho, se fomenta.

Nuestros deseos sexuales están destinados en última instancia a ayudarnos a comprender a Dios más plenamente. Dios a menudo se refiere a sí mismo como esposo y a su pueblo como esposa (Oseas 2:16; Isaías 54: 6). Pablo escribe: "’Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo’. Esto es un misterio profundo; yo me refiero a Cristo y a la iglesia." (Efesios 5: 31-32). Dios desea apasionadamente estar unido a Su pueblo y que Su pueblo lo desee apasionadamente. Jesús oró por este tipo de unidad en Juan 17 cuando dijo: "Yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí." (Juan 17:23).

El deseo físico de intimidad sexual con un prójimo está destinado a ser una ilustración del celo espiritual por la unidad con Dios que debemos esperar. Nuestros deseos sexuales están destinados a acercarnos más en la relación con Dios, ya sea confiando en Su Espíritu para desarrollar el autocontrol en nosotros, o disfrutando de la intimidad apasionada de un matrimonio monógamo que refleja la pasión de Dios por Su pueblo y la pasión recíproca de Su pueblo por Él. De esta manera, el deseo sexual es un gran regalo del Señor por el cual podemos darle gracias y alabarlo.

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