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¿Cuál es el significado de la sangre de Cristo?

La sangre de Cristo se menciona específicamente en cuatro ocasiones en el Nuevo Testamento y en muchos otros lugares. En 1 Corintios 10:16, Pablo se refirió a la copa usada en la Comunión como "la comunión de la sangre de Cristo". Aquí, la sangre de Cristo representaba el sufrimiento y la muerte que Jesús soportó como sacrificio por nuestros pecados.

Efesios 2:13 dice: "Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo". En este caso, la sangre de Cristo se refiere al sacrificio de Jesús el cual permitió el acceso a Dios y una relación con Él. El versículo anterior subraya este hecho, afirmando: "En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo" (Efesios 2:12).

Hebreos 9:13-14 también habla directamente de la importancia de la sangre de Cristo: "Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?". Aquí, el sacrificio de animales bajo la ley mosaica se contrasta con el sacrificio de Jesús y el derramamiento de Su sangre, Su muerte. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran una señal de lo que en última instancia lograría la sangre de Jesús, Su obra en la cruz.

En 1 Pedro 1:18-19 leemos: "...fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación". Pedro afirma que la sangre de Cristo sirve como rescate o pago por nuestros pecados, permitiéndonos la salvación por la fe en Jesús.

Además de estos pasajes, está claro que la sangre de Cristo derramada en la cruz sirve para limpiarnos del pecado. Primera Juan 1:7 dice: "Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado".

El apóstol Pablo se centró especialmente en la sangre de Jesús y su poder. Romanos 5:9 explica que "ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira". Efesios 1:7 añade: "en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia". Colosenses 1:19-20 dice: "por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz".

Cuando el apóstol Juan escribió a las siete iglesias, las saludó haciendo referencia a la sangre de Jesús, diciendo: "y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén" (Apocalipsis 1:5-6).

La sangre que derramó Cristo es el precio de nuestra redención y la expresión de su cumplimiento.

"Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión. Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado" (Hebreos 9:22-26).

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