¿Qué dice la Biblia sobre la oración colectiva?

La oración es la manifestación de nuestra relación con Dios. Cuando oramos, le estamos hablando, abriendo nuestro corazón, diciéndole lo que tenemos en nuestra mente, adorando Su majestad, buscando Su ayuda, correspondiendo a Su amor. Dios no sólo quiere formar parte de cada faceta de nuestras vidas, sino que también quiere compartir una relación con nosotros. La oración es algo que hacemos tanto individual como conjuntamente con otros creyentes. Nuestra relación con Dios es tanto privada como colectiva.

La Biblia afirma el amor de Dios por nosotros como personas (Salmo 139; Lucas 12:7) y nuestra relación privada con Él (Salmo 42:1; 63:1-8; Hechos 10:9). Jesús nos enseñó a pasar tiempo a solas con Dios (Marcos 1:35; Lucas 5:16). También dijo a Sus discípulos: "Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público" (Mateo 6:6). Por otra parte, a la iglesia se le llama "cuerpo de Cristo" (1 Corintios 12:27). Somos Su familia (Juan 1:12; Romanos 8:14-17; 1 Juan 3:1-2). Hebreos 10 alienta específicamente a los creyentes a reunirse para animarse unos a otros en la fe (Hebreos 10:23-25). La oración modelo que Jesús enseñó a Sus discípulos comienza con "Padre nuestro" (ver Mateo 6:9-13). En estas metáforas e instrucciones vemos cómo los creyentes formamos una comunidad y cómo nuestra relación con Dios es también una relación que disfrutamos y expresamos en común. Tanto la oración privada como la colectiva son importantes.

Podemos aprender sobre la oración colectiva de la actitud que la Iglesia primitiva tenía al respecto. La Iglesia primitiva "perseveraba en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones...Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos" (Hechos 2:42-47). La Biblia contiene muchos otros ejemplos de creyentes que oran juntos y piden oración (Hechos 1:14; 12:12; Romanos 15:30-32; 2 Corintios 1:11; Efesios 6:18-20; Colosenses 4:3-4; 2 Tesalonicenses 3:1). La oración colectiva siempre ha formado parte de la Iglesia.

Cuando oramos juntos estamos conviniendo ante Dios en las oraciones de otras personas. Nos estamos uniendo como familia para adorarle, confesarnos ante Él y buscar Su sabiduría. Compartimos las cargas de los demás presentándolas a Dios en oración, demostrando activamente nuestro amor por los demás cuando acudimos a Dios con ellos y por ellos. Santiago también escribe a la Iglesia sobre la importancia de orar juntos para sanar y para confesar el pecado, porque "la oración eficaz del justo puede mucho" (Santiago 5:16). En la oración colectiva estamos apoyando realmente a los hermanos y hermanas en Cristo con su agradecimiento, sus peticiones y sus alabanzas. Estamos actuando en unidad como iglesia.

La oración colectiva también nos enseña a orar, ya que escuchamos por qué oran los demás y cómo lo hacen. En la oración llegamos a conocernos unos a otros más íntimamente a medida que nuestros muros se derriban y nos acercamos a nuestro Salvador en humildad. La oración colectiva también puede revelar la actitud equivocada de las personas hacia Dios y el desconocimiento que tienen de Él. La oración colectiva fortalece a la iglesia y nos reúne en un propósito, uniéndonos para combatir los ataques del enemigo y luchar los unos por los otros.

El poder de la oración colectiva es el mismo que el de la oración privada: ese poder es Dios mismo, no nuestras palabras, ni el número de personas que oran, ni nuestra posición corporal mientras lo hacemos, ni ninguna otra cosa. A los creyentes en Jesucristo se les ha dado el privilegio de acudir a Dios en oración (Hebreos 4:14-16; 1 Tesalonicenses 5:16-18; Filipenses 4:6-7). La oración es una forma que Dios ha elegido para cumplir Su voluntad, pero de acuerdo con Su sabiduría (Lucas 11:13; Efesios 6:18; 1 Juan 5:14-15). Orar juntos nos une en una misma mente y propósito, aunque esto no obliga mágicamente a Dios a obrar como nosotros deseamos. Por el contrario, es una forma de reunirnos en comunidad y de humillarnos ante Dios, encomendándonos a Él y buscando Su voluntad. Ya sea solos o en grupo, nuestra parte en la oración es simplemente presentarnos ante Dios en humildad y confiadamente, como personas perdonadas, como aquellos que han sido adoptados en Su familia y que han sido invitados a relacionarse con Él y a participar en Su obra (Hebreos 4:14-16).

Nunca se debe abusar de la oración colectiva para ganarse el respeto o la admiración de los demás. Jesús advierte contra la oración delante de la gente para impresionarla (Mateo 6:5-8). Jesús promete que el respeto terrenal es la única recompensa para la oración hipócrita. Sin embargo, si somos humildes a la hora de comprender nuestra posición ante Dios, podemos participar en una poderosa oración colectiva que nos edifique, nos haga crecer en nuestra relación con Dios y edifique el cuerpo de Cristo.



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