La mundanalidad es idolatrar las cosas temporales y creadas por encima de Dios, que es eterno. Se manifiesta en deseos de placer físico, ganancias materiales y ambiciones egocéntricas. La Biblia advierte contra el amor al mundo y sus caminos, haciendo hincapié en que estos son pasajeros, a diferencia de la voluntad y las promesas duraderas de Dios (1 Juan 2:15-17).
Los cristianos están llamados a dar prioridad al amor supremo a Dios, a imitar la obediencia de Cristo y a resistir las tentaciones mundanas fijando su mente en las cosas celestiales y acumulando tesoros eternos (Colosenses 3:2; Mateo 6:19-21).
Como cristianos, estamos llamados a imitar a Cristo negándonos a enamorarnos de este mundo. Esto no significa que no podamos disfrutar de las cosas buenas que Dios ha creado (Eclesiastés 3:13; 5:19; 1 Timoteo 6:17), sino que debemos hacerlo dentro de los límites protectores establecidos por nuestro amoroso Padre celestial y reservar nuestras más altas pasiones y nuestra mayor devoción para Dios mismo. Aunque no estamos llamados a retirarnos del mundo en una reclusión monástica, tampoco debemos amarlo (1 Juan 2:15).
En resumen, debemos estar en el mundo, pero no ser de él (Juan 15:19; 17:15). No debemos conformarnos a la mentalidad anti-Dios del mundo, sino ser transformados por la Palabra y el Espíritu de Dios para que podamos conocer y hacer Su voluntad (Romanos 12:2). Debemos recordar siempre que somos extranjeros y peregrinos en este mundo (Hebreos 11:13). Este mundo no es nuestro hogar. Estamos de paso en este mundo hacia la patria celestial, donde moraremos con Dios para siempre (Hebreos 11:16; Filipenses 3:20; Apocalipsis 21:3).
Como Moisés, debemos preferir ser maltratados con el pueblo de Dios que disfrutar de los placeres fugaces del pecado (Hebreos 11:24-26). Debemos obedecer al Príncipe de Paz, Jesucristo, antes que al príncipe de este mundo, Satanás. Estamos llamados a poner nuestra mente en las cosas celestiales y no en las mundanas (Colosenses 3:2). Debemos acumular tesoros en el cielo y no en este mundo siendo ricos en fe y buenas obras (Mateo 6:19-21; Santiago 2:5; 1 Timoteo 6:18). Debemos vencer al mundo mediante la fe en Jesucristo (1 Juan 5:4-5). Porque a diferencia de este mundo, que pasa, los que aman a Dios y hacen Su voluntad permanecen para siempre (1 Juan 2:17).