¿Cuál es la importancia de los lugares altos en la Biblia?

En la Biblia, los lugares altos se relacionan con la adoración de deidades, la mayoría de las veces dioses falsos. Los cananeos adoraban a sus dioses en los lugares altos, que eran básicamente montes, que a veces se construían artificialmente. Estos montes solían tener algún tipo de altar en la cima, rodeado de arboledas y postes de Asera, columnas o piedras erguidas. Su adoración generalmente consistía en holocaustos, incienso, fiestas y festivales, prostitución de culto y sacrificio de niños.

En toda la Biblia, Dios les advierte a los israelitas que no se involucren en cultos paganos. Incluso antes de entrar en Canaán, Dios les ordenó a los israelitas que destruyeran los lugares altos: "Destruiréis enteramente todos los lugares donde las naciones que vosotros heredaréis sirvieron a sus dioses, sobre los montes altos, y sobre los collados, y debajo de todo árbol frondoso. Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y sus imágenes de Asera consumiréis con fuego; y destruiréis las esculturas de sus dioses, y raeréis su nombre de aquel lugar. No haréis así al Señor vuestro Dios, sino que el lugar que el Señor vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ese buscaréis, y allá iréis" (Deuteronomio 12:2-5). Dios se apartó de los dioses paganos y de sus prácticas de adoración. Sus ceremonias y rituales iban en contra del carácter de Dios, y no quería que ni Él ni Su pueblo se relacionaran con esos dioses falsos (Deuteronomio 16:21-22). Como Dios conocía la naturaleza caída de Su pueblo, ordenó la destrucción de estos lugares de adoración para protegerlos del pecado. Lamentablemente, los israelitas no hicieron caso de la advertencia de Dios. Durante toda su historia, desde la época de los jueces hasta el reinado de los reyes, continuaron volviendo a sus falsos ídolos.

Antes de que se construyera el templo, los israelitas adoraban a Dios en lugares más o menos altos. Los patriarcas y otros hebreos que vivieron antes del templo con frecuencia construían altares a Dios en los montes (Génesis 12:6-8; Génesis 28:18-19; Josué 4:19-20; 1 Samuel 7:16-17). Antes que Salomón construyera el templo, 1 Reyes 3:2 nos dice: "Hasta entonces el pueblo sacrificaba en los lugares altos; porque no había casa edificada al nombre del Señor hasta aquellos tiempos". Cuando se construyó el templo, Dios lo designó como el lugar donde el pueblo debía adorarlo.

Pero la adoración en los lugares altos no terminó una vez que se construyó el templo. Salomón probablemente comenzó antes adorando al Señor en los lugares altos, aunque más tarde en su vida dejó que sus muchas esposas paganas lo llevaran a adorar a sus dioses en los lugares altos (1 Reyes 11:1-4). El ejemplo de Salomón se quedó como un mal hábito para los israelitas. Rey tras rey no derribaron los lugares altos, y el pecado se transmitió a las generaciones siguientes, que continuaron adorando en los lugares altos, participando en formas paganas de adoración. Incluso muchos de los "buenos" reyes de Judá que siguieron al Señor abandonaron los lugares altos (por ejemplo, 1 Reyes 15:14; 2 Reyes 12:1-3; 14:3-4; 15:3-4). Ezequías quitó los lugares altos, pero Manasés los reconstruyó (2 Reyes 21:1-3). Más adelante, Josías los eliminó (2 Reyes 23:1-20).

Dios había dicho a los israelitas que expulsaran a los cananeos, destruyeran sus ídolos y demolieran los lugares altos de la Tierra Prometida. Les había advertido: "Y si no echareis a los moradores del país de delante de vosotros, sucederá que los que dejareis de ellos serán por aguijones en vuestros ojos y por espinas en vuestros costados, y os afligirán sobre la tierra en que vosotros habitareis. Además, haré a vosotros como yo pensé hacerles a ellos". (Números 33:55-56). Esto resultó ser cierto.

En nuestras vidas de hoy puede que no adoremos literalmente a falsos dioses en lugares altos, aunque muchos de nosotros todavía tenemos "lugares altos" de alguna clase, ídolos a los que acudimos antes que a Dios o además de Dios. No obstante, sólo hay un Dios verdadero, y sólo Él es digno de toda nuestra adoración (Mateo 22:36-40; Juan 4:23-24; 1 Juan 5:21). Así pues, derribemos los lugares altos de falsa adoración en nuestras vidas y adoremos al único Dios verdadero en espíritu y en verdad (Juan 4:23-24).



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