¿Qué significa que la vida de la carne está en la sangre?

Levítico 17:14 incluye la importancia de la sangre para la vida, diciendo: "Porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la comiere será cortado". El Señor prohibió a los israelitas consumir sangre (Levítico 17:12; Deuteronomio 12:23). El Concilio de Jerusalén también dio esta prohibición como una que los creyentes gentiles debían observar (Hechos 15:29).

La afirmación de que la vida del animal está en su sangre significa que la sangre es necesaria para que el animal permanezca vivo. Aunque los animales pueden morir con toda su sangre aún en sus cuerpos, si se les drena toda la sangre, ya no pueden sobrevivir. Lo mismo ocurre con los seres humanos, ya que la sangre es necesaria para que los órganos y el cuerpo funcionen. Por eso no es de extrañar que la pérdida grave de sangre que se produce con ciertas enfermedades y lesiones ponga en peligro la vida de animales y personas. La sangre no es lo que nos da la vida, aunque sí es una parte necesaria de ella.

En Levítico 17, Dios enfatizó la necesidad que tenían los israelitas de sacrificar los animales en el tabernáculo de reunión, dentro del campamento de los israelitas, para que cesara la práctica de sacrificar animales a los demonios fuera del campamento (Levítico 17:1-7). La sangre del sacrificio se utilizaba para la expiación y aludía a la sangre que Cristo derramaría por los pecados del mundo (Levítico 17:11; Romanos 3:25; Hebreos 10:1-18).

El acto de comer sangre no sólo estaba asociado con rituales paganos, sino que mostraba una falta de respeto por la santidad de la vida. Honrar la vida que Dios dio a la humanidad y a los animales está intrínsecamente ligado a abstenerse de comer su sangre. Cuando Dios dio animales a la gente como alimento, dijo: "Todo lo que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo. Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis. Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre" (Génesis 9:3-6). Cualquier persona o animal que asesinara a un ser humano debía morir. Como el ser humano es imagen de Dios, quitarle injustamente la vida a un ser humano es inconcebible. Aunque los animales no están hechos a imagen de Dios y se pueden consumir, comer la sangre de un animal irrespeta el principio de la santidad de la vida, así como la naturaleza sacrificial de la sangre. Cabe destacar que comer sangre animal también puede representar un riesgo para la salud.

La sangre es un elemento esencial para vivir, tanto física como espiritualmente. Así como una persona sin sangre no puede vivir, tampoco se pueden perdonar los pecados de una persona sin el derramamiento de sangre (Hebreos 9:22). Romanos 6:23 nos dice que "la paga del pecado es muerte". En la ley mosaica, Dios prefiguró el pago que haría por el pecado. La muerte de un animal se utilizaba como sustituto para expiar el pecado. Los sacrificios ocurrían durante todo el año. Anualmente, en el Día de la Expiación, la sangre de un toro se rociaba sobre el propiciatorio del arca del pacto (Levítico 16:14), y la sangre de un macho cabrío se rociaba sobre el propiciatorio y delante de él (Levítico 16:15). Esto era para purificar "el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados" (Levítico 16:16). La sangre del toro y del macho cabrío también se ponía en los cuernos del altar y se rociaba sobre él: "y lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel" (Levítico 16:18-19). Cuando los sacerdotes fueron consagrados por primera vez para servir, también fueron rociados con sangre (Éxodo 29:21).

Hebreos 10 explica la naturaleza provisional de este sistema de sacrificios. "Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan ...porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados" (Hebreos 10:1, 4). Los sacrificios prefiguraban a Jesús: "En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre" (Hebreos 10:10).

La noche antes de Su muerte en la cruz, "Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mateo 26:26-28). Su muerte en la cruz -Su "derramamiento de sangre"- hizo expiación por nuestros pecados. Su resurrección afirmó Su sacrificio y la realidad de una nueva vida en Él. La sangre de Jesús nos rescató de la muerte espiritual y nos introdujo en la vida espiritual por la gracia de Dios mediante la fe (Efesios 2:1-10; 1 Juan 2:2).

No hay ninguna posibilidad de tener verdadera vida en Cristo sin el derramamiento de Su propia sangre y Su resurrección a la vida. Sólo los que participan de Su muerte por medio de la fe tendrán vida eterna (Juan 3:16-18). Hablando simbólicamente, Jesús dijo a Sus discípulos: "Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente" (Juan 6:53-58). Aunque la sangre física sustenta la vida física, la propia sangre de Jesús es la única que proporciona la vida eterna, a través de Su crucifixión y resurrección.



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