¿Cuál es la relación entre la fe, las obras y la seguridad en la salvación?

Cuando ponemos nuestra fe en la salvación que Jesús proporciona, recibimos su vida eterna y somos eternamente salvos (Juan 10:28). Pero, ¿eso es todo? ¿Puede una persona que ha sido salva perder su fe y aun así conservar su salvación? ¿Se requieren obras para mantener la salvación? ¿Cuán segura es nuestra salvación? Hay varias escuelas de pensamiento diferentes sobre cómo se relacionan las dinámicas de la fe, las obras y la seguridad.

La primera perspectiva sostiene la creencia de que la salvación requiere el acto inicial de fe junto con la obediencia continua para poder merecer la salvación. Según este punto de vista, cuando uno muere, su vida y sus obras serán evaluadas por Dios para determinar su "estado" final de salvación; solo entonces sabrá si es salvo o se ha perdido. La Iglesia Católica Romana se adhiere a esta enseñanza básica, y algunos protestantes también piensan de esta manera. A esta perspectiva le falta en el componente de "seguridad". El problema con este punto de vista es que no se enfoca en el hecho de que somos salvos por gracia a través de la fe y que nada de lo que hacemos podría ganarnos la salvación: "Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte." (Efesios 2: 8–9). Cuando somos salvos, nuestra justificación ante Dios es instantánea. La salvación ocurre ahora, no solo en el más allá.

Un enfoque alternativo respecto a la conexión entre la fe, las obras y la seguridad dice que las personas son salvadas por la fe y descuida completamente el componente de las obras. En esta perspectiva, que a veces se denomina "creencia fácil”, mientras se haya profesado fe en Cristo en algún momento, no hay nada que pueda hacer para perder su salvación. Rechazar tu fe o abrazar un estilo de vida pecaminoso no son factores, porque aún eres salvo, pase lo que pase. Este enfoque es peligroso porque no toma en cuenta las advertencias bíblicas que ponen énfasis en la vida santa y la fe perseverante (1 Pedro 1:15). Carece de reconocimiento del proceso de transformación, demostrado a través de "obras", como resultado de la salvación (2 Corintios 5:17; Efesios 2:10).

La tercera perspectiva se adhiere a la creencia de que eres salvo por la fe, pero combina la fe con las obras en el sentido de creer que debes evitar el pecado continuo y sin arrepentimiento. Entonces, podrías ser salvo y vivir para Cristo, lleno del Espíritu Santo, pero aun así, en última instancia, caer y perder tu salvación. Este enfoque toma en serio las advertencias de la Biblia sobre el pecado, lo cual es bueno; sin embargo, no toma en consideración todos los pasajes que hablan acerca de la seguridad de la salvación, así como el hecho de que no somos salvos por las obras (Romanos 8: 38–39; Tito 3: 5). Es ilógico pensar que no somos salvos por las obras, pero de alguna manera debemos mantener nuestra salvación a través de las obras. Esta perspectiva está desequilibrada porque nos obliga, en lugar de a Cristo, a mantener nuestra salvación.

El cuarto y último punto de vista sobre la dinámica de la fe, las obras y la seguridad confirma que las personas se salvan por la fe en Jesucristo, basándose en su mérito y su muerte en la cruz. Cristo tomó tu pecado como suyo y te dio su justicia en su lugar (2 Corintios 5:21). Cuando naces de nuevo y estás lleno del Espíritu Santo, Él obra su voluntad y caminos en tu vida, cambiando tu hombre interior que finalmente se refleja exteriormente a medida que continúas viviendo en sumisión a él. Si afirmas haber puesto tu fe en Cristo pero no tienes fruto como evidencia de una vida transformada, es posible que tu profesión de fe inicial no fuese genuina (Mateo 7: 19–21). Este punto de vista es bíblico porque confirma que somos salvos por gracia mediante la fe (Efesios 2: 8–9) con el propósito de hacer buenas obras por medio de Cristo (Efesios 2:10).

Perseveramos en Cristo porque él no es solo el Dios que nos salva, sino también el Dios que nos protege y nos da la fuerza que necesitamos para continuar en Cristo (Filipenses 1: 6).



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