¿Qué dice la Biblia sobre la falsa culpa?

La falsa culpa es sentirse culpable cuando en realidad uno no lo es. La culpabilidad es una consecuencia de las malas acciones y está bien sentirse culpable cuando hemos hecho algo malo. Sin embargo, la falsa culpa proviene del engaño y es un obstáculo para vivir una vida plena en Cristo. Esta falsa culpa puede venir de las acusaciones del enemigo o de nuestra mala interpretación del perdón de Cristo y de la libertad que tenemos en Él.

La Biblia nos dice que todos somos culpables de pecado (Romanos 3:23). También nos dice que podemos recibir el perdón a través de Jesús (Romanos 6:23; Colosenses 1:11-14; Efesios 1:3-14). Cuando venimos a Cristo, todos nuestros pecados -pasados, presentes y futuros- son perdonados. No obstante, incluso como cristianos, seguimos pecando (1 Juan 1:8-9). Nuestro pecado sigue colocando una barrera entre nosotros y Dios. El Espíritu Santo nos convence de nuestro pecado. Esta convicción puede darse como un sentimiento de culpabilidad. En ese momento nos arrepentimos (estamos de acuerdo con Dios en que lo que hicimos fue pecado y nos apartamos de él), confesamos nuestro pecado a Dios y recibimos el perdón. Ya que tenemos el perdón en Cristo, ya no necesitamos sentirnos culpables.

Ahora bien, a veces el enemigo seguirá acusándonos por nuestros pecados y nosotros seguiremos sintiéndonos culpables. Con frecuencia esto nos hace vivir con vergüenza, creyendo que no somos dignos de ser amados ni perdonados, y no creyendo que somos lo que Dios dice que somos en Cristo. La falsa culpa que nos hace vivir en la vergüenza puede impedir nuestra relación con Cristo. En vez de acercarnos a Él con paz y agradecimiento, intentamos satisfacerlo con buenas obras. Lo cierto es que nuestras obras son insignificantes. No nos hacen ganar el amor de Dios o Su favor. No podemos hacer suficientes obras buenas para ganar el perdón (Efesios 2:8-9). El único remedio para nuestros pecados es el sacrificio de Jesús en la cruz. Las buenas obras fluyen al conocer a Jesús y descansar en Su perdón (Efesios 2:10), no por tratar de ganarlo o aliviar nuestra propia conciencia culpable.

La falsa culpa también puede ocurrir cuando uno no es culpable en absoluto, y nunca ha sido culpable de ese pecado específico. Si pensamos que Dios está esperando a que nos equivoquemos y a que metamos la pata, es posible que tengamos un sentimiento de culpa constante. Está bien reconocer que cada aliento que respiramos se debe a la gracia de Dios. Ciertamente somos pecadores por naturaleza y merecemos la ira de Dios. Sin embargo, en Cristo, somos hijos adoptivos de Dios (Romanos 8:15-17; Efesios 1:3-14). Cuando Pablo describió su lucha contra el pecado y la forma en que su carne parecía seguir ganando, escribió: "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado. Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu". (Romanos 7:24-8:4). Pablo no permitió que la falsa culpa reinara. Antes bien, proclamó la justicia que hemos ganado en Cristo (2 Corintios 5:21).

Primera de Juan es un libro muy útil con respecto a la falsa culpa. Juan les dijo a sus lectores: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (1 Juan 2:1-2). Está claro que seguimos pecando, y por tanto merecemos la culpa. A pesar de ello, no necesitamos vivir en la culpa. Confiamos en Cristo, nuestro Abogado. Hebreos 7:23-28 habla de la forma en que Jesús intercede por nosotros. Hebreos 4:14-16 nos dice: "Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro". Cuando pecamos, simplemente acudimos a Cristo y podemos recibir Su perdón. Así, la culpa no tiene por qué permanecer siempre.

Cuando nos sentimos atormentados por la falsa culpa, podemos recordar la verdad del Evangelio. La Escritura nos puede alentar, como en 1 Juan 3:19-20: "Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas". Podemos recordar la gran misericordia y la gracia de Dios, alabarlo y luego procurar seguirlo, aferrándonos a nuestra identidad en Cristo y viviendo nuestras vidas para Su gloria.



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