¿Nos disciplina Dios? ¿Por qué, cuándo y cómo disciplina el Señor a Sus hijos?

El tema de la disciplina de Dios es un tema un tanto descuidado e impopular. Sabemos que los cristianos son salvos únicamente por la gracia inmerecida de Dios y no por nuestra propia bondad o buenas obras (Efesios 2:8-9; 2 Timoteo 1:9). Sabemos que Jesucristo tomó todo el castigo que merecemos por nuestros pecados cuando murió en la cruz del Calvario (Isaías 53:5; Romanos 5:8). Sabemos que no hay condenación para los que están en Cristo (Romanos 8:1). A veces pensamos que estas verdades podrían estar en desacuerdo con el hecho de que Dios discipline a Sus hijos, pero no es así.

Hebreos 12:5-11 dice: "y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero este para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados".

La disciplina de Dios no es un castigo, ya que Jesús soportó nuestro castigo. Tampoco Su disciplina está motivada por el deseo de infligir dolor. La disciplina de Dios tampoco es fruto de la ira. Él no pierde el control, ni nos trata injustamente, ni permite que suframos nada que no sea para nuestro propio bien (Romanos 8:28). Por el contrario, la disciplina de Dios proviene de Su gran amor por nosotros. Es una muestra de que nos ha adoptado como hijos. Nos ama demasiado como para permitirnos permanecer en nuestro pecado. Nos ama tanto que hará lo que sea necesario para hacernos santos. A veces la medicina tiene un sabor desagradable, pero eso no cambia el hecho de que el motivo del médico es la misericordia. Aunque la disciplina a veces es dolorosa, el propósito de Dios al disciplinarnos es para nuestro propio bien, nuestra santidad. El objetivo final de un cristiano es ser santificado, es decir, ser conformado a la imagen y semejanza de Cristo.

Dios permite que pasemos por pruebas y tentaciones para probar nuestra fe y que crezcamos en madurez como cristianos. Dios usa estas pruebas para disciplinarnos en cuanto a la piedad. Cuando llega el sufrimiento, es sabio examinarnos y arrepentirnos de cualquier pecado del que tengamos conocimiento. Santiago 5:16a aconseja: "Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados". En este sentido, es una práctica peligrosa considerar que toda aflicción es el resultado directo de un pecado específico. Santiago 1:2-4 dice: "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna". A veces el sufrimiento no es un resultado de nuestro pecado, sino que es el resultado de vivir en un mundo caído y es algo que Dios permite en nuestras vidas para hacernos crecer en Él. El mejor ejemplo de esto es Job. Los amigos de Job creían que, porque estaba sufriendo, debía tener algún pecado secreto. Sin embargo, este no era el caso. En realidad, Dios apoyó a Job por su rectitud. Otro ejemplo se encuentra en el evangelio de Juan con el hombre que nació ciego (Juan 9:2-3). Otra prueba es que José fue vendido como esclavo por sus hermanos (Génesis 50:20); José sufrió debido a los pecados de otros, pero al final Dios lo utilizó para Sus mejores propósitos. Los propósitos de Dios al permitir la aflicción y el sufrimiento son múltiples.

La disciplina no es solamente correctiva, sino que también implica entrenamiento (1 Timoteo 4:8; Tito 2:11-14). Así como un atleta disciplina su cuerpo a través del entrenamiento físico para prepararlo para la competencia, Dios nos disciplina entrenando nuestras almas para hacernos santos y prepararnos para estar en Su presencia (Hebreos 12:14). Tito 2:11-14 dice: "Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras".

Por último, el fin de la disciplina de Dios no es sólo nuestro bien, sino también Su gloria. Las dos cosas no se excluyen mutuamente, sino que trabajan juntas. Cuando Dios nos hace crecer en santidad, la gracia de Dios se revela en nosotros y Él es glorificado. Mediante la intervención benévola de Su Espíritu, Dios no sólo lava nuestros pecados, sino que nos empodera para crecer en santidad (1 Corintios 15:10). Nuestro amoroso Padre Celestial es digno de eterna alabanza y gratitud por la gracia de Su disciplina, que confirma nuestra adopción y obra hacia nuestra santificación.

En pocas palabras, Dios disciplina a cada uno de Sus hijos. Su motivo es el amor. Su método es perfecto. Su propósito es nuestra santificación. Su fin es Su gloria. Que aprendamos a no despreciar Su disciplina, sino a sentirnos fortalecidos por ella.



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