¿Es bíblico el confesar los pecados corporativamente?

La confesión corporativa del pecado es cuando toda una comunidad confiesa un pecado cometido por todos. Es diferente de la confesión individual, pública, en la que una sola persona confiesa ante Dios y ante otra persona o grupo un pecado personal que ha cometido. Por el contrario, la confesión colectiva de los pecados ocurre cuando una persona dirige a toda una congregación en la confesión pública de los pecados comunes a esa comunidad en particular. En toda la Biblia se ordena y ejemplifica esta clase de confesión corporativa de los pecados.

Después del Éxodo, al hacer el pacto mosaico con el pueblo de Israel, Dios le explicó a Moisés las bendiciones que experimentarían cuando le obedecieran y las consecuencias negativas que sufrirían por romper Su pacto. Dios le dijo a Moisés: "Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres, por su prevaricación con que prevaricaron contra mí; y también porque anduvieron conmigo en oposición... Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra" (Levítico 26:40, 42). Dio instrucciones para que el pueblo confesara su pecado corporativamente, incluyendo la confesión de los pecados de sus padres. Dios sabía que se alejarían de Él y de Sus caminos como comunidad, y quería que todos juntos se arrepintieran y fueran restaurados como comunidad. Incluso en el Nuevo Testamento, cuando Jesús enseñó a orar a Sus discípulos, dijo: "Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mateo 6:12). El uso del pronombre plural "nosotros" muestra la naturaleza corporativa que la oración y la confesión pueden adquirir. La confesión colectiva de los pecados, como se muestra en este modelo de oración, debe ser una parte habitual de nuestra vida de oración.

A lo largo de la historia bíblica, muchos han obedecido el mandamiento de confesar los pecados. En Jueces 10:10 se lee: "Entonces los hijos de Israel clamaron al Señor, diciendo: Nosotros hemos pecado contra ti; porque hemos dejado a nuestro Dios, y servido a los baales". En 1 Samuel 7:6 leemos: "Y se reunieron en Mizpa, y sacaron agua, y la derramaron delante del Señor, y ayunaron aquel día, y dijeron allí: Contra el Señor hemos pecado". Jeremías oró en Jeremías 14:7: "Aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh Señor, actúa por amor de tu nombre; porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado". El salmista dirigió a su congregación en oración diciendo: "Pecamos nosotros, como nuestros padres; hicimos iniquidad, hicimos impiedad" (Salmo 106:6). En todos estos casos, el pueblo de Dios se reunía para confesar su pecado corporativo ante el Señor.

Además, la Biblia presenta ejemplos de líderes que oran en nombre de su pueblo, confesando pecados que quizá ni siquiera hayan cometido personalmente. Daniel hizo una oración de confesión en nombre de su pueblo en el capítulo 9 de Daniel. Después de leer las profecías de Jeremías en las Escrituras, parte de la confesión de Daniel decía: "No hemos obedecido a tus siervos los profetas" (Daniel 9:6). Daniel había pedido alimentos especiales para cumplir la ley de Dios cuando fue llevado a Babilonia como exiliado (Daniel 1:8). Años después, se negó a orar al rey Darío, fue arrojado al foso de los leones y fue rescatado (Daniel 6). Sin embargo, vemos que Daniel ora: "contra él (Dios) nos hemos rebelado, y no obedecimos a la voz del Señor nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas" (Daniel 9:9-10). Así que, aunque Daniel personalmente había estudiado y creído a los profetas y se había esforzado por seguir las leyes de Dios en todos los sentidos, seguía reconociendo sus propios defectos y se identificaba con la pecaminosidad de su pueblo.

El Nuevo Testamento enseña que "por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). El salmista explicaba este concepto en el Antiguo Testamento diciendo: "Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Salmo 14:3). Aunque la persona que dirige la oración o algunos miembros de la congregación no sean personalmente culpables del pecado común que se está confesando, es conveniente que se unan a la confesión colectiva del pecado.

Esdras dirigió a su pueblo en una oración de confesión que decía: "Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo...Porque nosotros hemos dejado tus mandamientos...Henos aquí delante de ti en nuestros delitos; porque no es posible estar en tu presencia a causa de esto" (Esdras 9:6-15). Posteriormente, Nehemías dirigió al pueblo cuando "ya se había apartado la descendencia de Israel de todos los extranjeros; y estando en pie, confesaron sus pecados, y las iniquidades de sus padres" (Nehemías 9:2). Durante esta confesión, Nehemías dijo: "Pero tú eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros; porque rectamente has hecho, mas nosotros hemos hecho lo malo" (Nehemías 9:33). Tanto Esdras como Nehemías seguían el ejemplo de Moisés. Después de que los israelitas fabricaran un becerro de oro para adorarlo y Moisés tuviera que volver al Señor por nuevas tablas de piedra, oró: "perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad" (Éxodo 34:9). Moisés, aunque no era culpable de participar en la adoración del becerro de oro, reconocía sin embargo su propia pecaminosidad y se identificaba con su pueblo, como parte de él; oraba pidiendo perdón.

Con estos ejemplos bíblicos, aprendemos que la confesión colectiva del pecado es una práctica que Dios espera de Su pueblo. Es cierto que la salvación es un asunto individual de fe personal en Jesucristo a través del cual, por la gracia de Dios, una persona recibe plenamente el perdón de sus pecados y es hecha una persona nueva (Efesios 2:8-10; 2 Corintios 5:17). También es cierto que seguir confesando nuestros pecados personales a Dios después de ser salvos es importante para estrechar nuestra relación con Él (1 Juan 1:8-9). Sin embargo, también debemos recordar que las personas salvas forman parte de la familia de Cristo; somos parte de Su cuerpo, unidos indisolublemente unos a otros. Vivimos en comunidad no sólo en la familia de Dios, sino también en los contextos de nuestros mundos. Podemos identificarnos con nuestras comunidades por el pecado comunitario. En realidad, debido a nuestra naturaleza pecaminosa, cada uno de nosotros contribuye a los pecados que se cometen en nuestras comunidades. A veces nuestro aporte personal es cometer ese pecado, a veces es contribuir a la atmósfera donde ese pecado puede florecer, y a veces es simplemente no reconocer y ayudar a otros que luchan con ese pecado. Por eso, cuando se nos presenta la oportunidad de confesar nuestros pecados colectivamente, debemos participar con humildad, sabiendo que esta práctica agrada al Señor.



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