El incidente del becerro de oro en Éxodo 32 describe la idolatría de los israelitas mientras Moisés estaba en el monte Sinaí. Fabricaron un becerro de oro y lo adoraron como su libertador de Egipto. Dios, enojado por su idolatría, le dijo a Moisés que consumiría al pueblo y que, en su lugar, haría de Moisés una gran nación. Moisés intercedió, recordando las promesas de Dios a Abraham, Isaac y Jacob. Dios cedió y Moisés regresó al campamento. Allí, Moisés destruyó el becerro, castigó a los idólatras y buscó la expiación por el pecado del pueblo. Dios le aseguró a Moisés que debía guiar al pueblo y que Su ángel iría delante de ellos. También envió una plaga sobre la gente. Este acontecimiento resalta los peligros de la idolatría y la importancia de confiar solo en Dios. Es una lección significativa sobre la fidelidad y las consecuencias de alejarse de Dios.
Dios no siempre nos dice lo que está haciendo. Muy pocas veces podemos ver los pasos que tenemos por delante. Cuando las cosas son inciertas, puede ser tentador confiar en otra cosa. Cuando tenemos miedo, podemos tratar de poner nuestra confianza en algo sobre lo que sentimos algún grado de control o en algo que parece predecible: tal vez el dinero, nuestra propia fuerza, nuestra inteligencia, un sentido de normalidad, una organización u otra persona. El ídolo en sí no es lo importante. La cuestión es que la idolatría —adorar y confiar en algo que no es Dios— es un pecado y no puede salvarte.
Nosotros también podemos construir nuestros propios dioses que no reflejan al verdadero Dios de la Biblia. Podemos iniciar una relación de “toma y daca” con este dios, pensando que si hacemos una cosa, estará obligado a responder como nosotros queremos. Esta dinámica se llama “apaciguar a los dioses” y existe en todas las religiones de la tierra. El Señor, el verdadero Dios y Creador, es diferente. Él no requiere ni pide apaciguamiento (Mateo 11:28; Romanos 4:4-5). No nos exige que hagamos cosas buenas a cambio de Su amor (Juan 3:16-18; Romanos 3:21-24). Él quiere que busquemos lo bueno porque es bueno. No se nos pide que nos salvemos con buena conducta o con buenas obras. En cambio, se nos pide que confesemos nuestra incapacidad para salvarnos a nosotros mismos y que confiemos en el poder de Dios para nuestra justificación y santificación (Romanos 1:16; 1 Juan 1:9; Hebreos 10:10, 14). Estamos muertos en nuestros pecados y solo podemos ser rescatados por la gracia de Dios mediante la fe en Jesús (Efesios 2:1-10). Cuando somos salvos, nos convertimos en hijos de Dios y entramos en una relación dinámica сon Él, recibiendo incluso la morada del Espíritu Santo (Juan 1:12; Efesios 1:13-14). Este Dios nunca podría encapsularse en la imagen de un becerro de oro. Un mero ídolo —de oro o intangible— nunca podría realizar las obras que Dios hace ni amarnos con el amor completo que Él nos tiene (Romanos 8:31-39; Efesios 3:14-21).