¿Por qué los israelitas adoraron un becerro de oro en Éxodo 32?

Éxodo 32 registra el infame relato de los israelitas y el becerro de oro. Moisés estaba en el Monte Sinaí reunido con Dios. "Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido" (Éxodo 32:1). Aarón ordenó al pueblo que se quitara los zarcillos de oro y se los llevara. Así lo hicieron, y él "los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto". (Éxodo 32:4). Aarón construyó un altar frente al becerro y declaró una fiesta al día siguiente.

Entonces Dios dijo a Moisés: "Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé" (Éxodo 32:7-8). Él le habló a Moisés del becerro de oro. También le dijo: "Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande" (Éxodo 32:10). Moisés, que prefiguraba a Jesús, intercedió por el pueblo. Les habló de lo que Dios había hecho ante los egipcios y de la promesa que había hecho a Abraham, Isaac y Jacob. "Entonces el Señor se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo" (Éxodo 32:14).

Cuando Moisés bajó del monte, vio al pueblo adorando al becerro de oro; Moisés se enfureció y rompió las tablas en las que Dios había inscrito el pacto que le había dado a Moisés en el Sinaí. Moisés quemó el becerro de oro y lo convirtió en polvo, que mezcló con agua y dio de beber al pueblo. Reprendió a Aarón y llamó a que acudieran a él los que querían servir al Señor. Los levitas lo hicieron, y Moisés les ordenó que derribaran a los israelitas que estaban adorando al becerro de oro. Aquel día murieron unos tres mil hombres, y los levitas fueron consagrados para servir al Señor (Éxodo 32:15-29).

Moisés dijo al pueblo: "Vosotros habéis cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora al Señor; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado" (Éxodo 32:30). Moisés confesó a Dios el pecado del pueblo y le pidió que lo perdonara, suplicándole que lo matara si no perdonaba al pueblo. "Y el Señor respondió a Moisés: Al que pecare contra mí, a este raeré yo de mi libro. Ve, pues, ahora, lleva a este pueblo a donde te he dicho; he aquí mi ángel irá delante de ti; pero en el día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado" (Éxodo 32:33-34). En este relato vemos la misericordia, la justicia y la santidad de Dios. También vemos referencias a Jesús, que es el verdadero mediador entre Dios y los seres humanos (1 Timoteo 2:5-6; Hebreos 3:1-6; 10:1-18).

¿Por qué un becerro de oro? Algunos han sugerido que el becerro de oro era una copia de uno de los dioses paganos que habían conocido los hebreos, o bien durante su cautiverio en Egipto, o bien por el contacto con los cananeos y otras culturas paganas vecinas. Apis, el toro egipcio, es solo una posibilidad. También existe un dios de la fertilidad llamado Baal al que los cananeos adoraban. El becerro podría haber sido una representación de Baal, que en ocasiones era representado por un toro. También existe el aurochs, un toro salvaje que algunas culturas antiguas adoraban. Se creía que el aurochs era la criatura particular de El (la figura del dios padre o dios creador en el paganismo). Otra posibilidad es que se eligiera el becerro de oro simplemente porque los toros se consideraban poderosos y, por tanto, una imagen apropiada para un dios. El pueblo afirmaba que éste era el Dios que los sacó de Egipto y que la fiesta debía ser para Yavé (el nombre con el que Dios se identificó ante Moisés; Éxodo 3:15). Curiosamente, Jeroboam también eligió becerros de oro como ídolos para colocarlos en Bet-el y Dan cuando el reino de Israel se dividió siglos más tarde (1 Reyes 12). Dijo: "Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto" (1 Reyes 12:28-29).

¿Por qué crear un ídolo? Después de que Dios sacara a los israelitas del cautiverio en Egipto, tuvieron que enfrentarse a muchas dificultades. Vivir en el desierto no es fácil. Sufrieron hambre y sed (Éxodo 16:1-3, Éxodo 17:3). Dudaban de la bondad de Dios (Éxodo 17:7). No estaban confiados en Moisés. Parece que los israelitas querían algo más tangible, quizá incluso un dios sobre el cual sintieran que tenían más control.

Yavé requería la confianza de los israelitas, al igual que requiere nuestra confianza hoy en día. Dios no siempre nos dice lo que está haciendo. Muy rara vez podemos ver lo que nos espera. Y cuando las cosas son inciertas, podemos caer en la tentación de confiar en otra cosa. Cuando tenemos miedo, preferimos poner nuestra confianza en algo sobre lo que sentimos cierto grado de control, o en algo que parece predecible: tal vez el dinero, nuestras propias fuerzas, nuestra inteligencia, una sensación de tranquilidad, una organización u otra persona.

El ídolo en sí no es lo importante. El tema es la idolatría, es decir, confiar en algo que no es Dios para que te salve. Esto es algo con lo que todos podemos identificarnos. Nosotros también podemos construir nuestros propios dioses que no reflejan al verdadero Dios de la Biblia. Podemos iniciar una relación de "tú me das algo y yo te devuelvo el favor" con este dios, pensando que, si hacemos una cosa, estará obligado a responder como nosotros queremos. Esta dinámica se llama "apaciguar a los dioses" y existe en todas las religiones de la tierra.

Yavé, nuestro verdadero Dios y Creador, es diferente. Él no requiere ni pide que lo apacigüemos (Mateo 11:28; Romanos 4:4-5). No nos pide que hagamos cosas buenas a cambio de Su amor (Juan 3:16-18; Romanos 3:21-24). Él quiere que busquemos cosas buenas porque son buenas. No nos pide que nos salvemos con buena conducta, o con buenas obras. Lo que se nos pide es que confesemos nuestra incapacidad para salvarnos a nosotros mismos, y que confiemos en Su poder para nuestra justificación y santificación (Romanos 1:16; Filipenses 4:8; 1 Juan 1:9; Hebreos 10:10, 14).

Estamos muertos en nuestros pecados y sólo la gracia de Dios puede rescatarnos mediante la fe en Jesús (Efesios 2:1-10). Cuando somos salvos, pasamos a ser hijos de Dios y entramos en una relación con Él, recibiendo incluso la presencia del Espíritu Santo (Juan 1:12; Efesios 1:13-14). Este Dios nunca podría encapsularse en la imagen de un becerro de oro. Un mero ídolo -de oro o intangible- nunca podría realizar las obras que Dios hace ni amarnos con todo el amor con que Él lo hace (Romanos 8:31-39; Efesios 3:14-21).



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