Set, el hijo de Adán y Eva nacido después de la muerte de Abel, es importante como antepasado de la línea justa que conduce a Noé y Abraham y, en última instancia, a Jesús. Su linaje es notable por ser el comienzo de un pueblo que invoca el nombre del Señor, lo que indica un regreso a la justicia. El Nuevo Testamento remonta la genealogía de Jesús hasta Set, lo que pone de relieve el cumplimiento de la promesa divina de un Salvador a través del linaje de Set. Este linaje trajo esperanza a Adán y Eva, y los creyentes de hoy viven en la fe y la esperanza, a la espera de la derrota definitiva de la serpiente como se promete en las Escrituras.
El asesinato de Abel por Caín demostró la rápida escalada y la devastación total del pecado. El nacimiento de Set trajo esperanza a Adán y Eva. El nacimiento de Set nos recuerda la fidelidad de Dios para apartar un pueblo para Sí y cumplir Su plan de rescate de la humanidad. Por el linaje de Set nació Jesús, cuya sangre habla mejor que la de Abel (Hebreos 12:24). Pablo explica: “El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:56-57). Jesús es plenamente Dios y plenamente humano. Vivió una vida perfecta y murió en la cruz como pago por nuestros pecados. Resucitó, demostrando que es quien dice ser y que Su sacrificio es suficiente. Él es victorioso sobre el pecado y la muerte. Todos los que ponen su fe en Él son perdonados por Dios y reciben la vida eterna (Efesios 1:3-14; 2:1-10). Adán y Eva tenían buenas razones para estar esperanzados cuando nació Set. El Salvador vendría. Un día la serpiente será completa y finalmente aplastada (Apocalipsis 20:7-10). Sabemos que “El Señor no se tarda en cumplir Su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con ustedes, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Por eso vivimos en la fe, la esperanza y la obediencia. Como aquellos en tiempos de Enós, invocamos el nombre del Señor, sabiendo que Él es fiel y digno de toda alabanza.