Cuando Dios dijo: "Sea la luz" al principio de la creación, estaba iniciando la transformación del caos en orden, aportando claridad y vida donde había oscuridad y vacío. Esta luz simboliza la presencia de Dios, la verdad y el comienzo de toda vida, preparando el escenario para todo lo que vendría después. Al crear la luz, Dios no sólo iluminó el mundo físico, sino que también estableció un modelo para separar la luz de las tinieblas, el bien del mal y la verdad del engaño. En última instancia, la orden de Dios de que haya luz refleja Su deseo de que la creación se llene de Su gloria y de que vivamos a la luz de Su verdad, libres de la confusión y el vacío de las tinieblas.
En el principio, Dios separó la luz de las tinieblas, demostrando así Su poder para poner orden en el caos y distinguir entre lo que es bueno y lo que es perjudicial. Este acto de separación no es sólo una realidad física, sino también una verdad espiritual que continúa en nuestras vidas hoy en día. Dios nos llama a vivir en Su luz, apartándonos de las tinieblas del pecado, la desesperación y el engaño. En términos prácticos, esto significa tomar decisiones que se alineen con Su verdad, rechazando comportamientos y pensamientos que nos alejan de Su presencia. Al buscar la sabiduría de Dios a través de la oración, la lectura de las Escrituras y rodeándonos de influencias piadosas, permitimos que Su luz brille en nuestras vidas, guiándonos para tomar decisiones que reflejen Su carácter. A medida que crecemos en nuestra relación con Él, nos sintonizamos más con Su luz, aprendiendo a discernir y rechazar la oscuridad que busca invadir nuestras vidas, y en su lugar, caminando con confianza en el camino que Él ha iluminado para nosotros.