¿Dice algo la Biblia sobre el ego?
En resumen:
Aunque la Biblia no menciona el “ego” como tal, sí se pronuncia enérgicamente contra el orgullo. Los creyentes están llamados a vivir con humildad, amando a Dios y a los demás.
¿QUÉ DICE LA BIBLIA?
El ego es nuestro sentido de identidad, nuestro “yo”. Aunque no es intrínsecamente malo, puede encarnar fácilmente el orgullo, ya que nuestra tendencia natural es centrarnos en nosotros mismos. La Biblia no habla del ego por su nombre, pero nos da pautas de vida que a menudo chocan con esa inclinación egocéntrica. A lo largo de las Escrituras, se demuestra que un sentido exagerado del “yo” es destructivo, como se vio en el caso de Lucifer. Dios nos llama a amarlo a Él y a amar a los demás, algo que no podemos hacer si tenemos una visión distorsionada de nosotros mismos. En cambio, estamos llamados a vivir con humildad, reconociendo quiénes somos a la luz de Cristo. Esto nos permite vivir como Cristo vivió y glorificar a Dios en todo lo que hacemos.
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
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Al principio de los tiempos, Lucifer quiso estar al mismo nivel que Dios, y su ego inflado provocó su destierro del cielo y su transformación en Satanás. Todo esto sucedió como resultado del orgullo (Isaías 14:13-15).
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En el jardín del Edén, Satanás engañó y tentó a Eva diciéndole que podía ser como Dios (Génesis 3:4-6).
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La Biblia dice que el orgullo te destruirá: “Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la arrogancia de espíritu.” (Proverbios 16:18).
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Para los cristianos, la Biblia deja claro que debemos ser humildes, no egoístas: “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, Sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” (Miqueas 6:8).
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Es mucho mejor para nosotros ser enaltecidos por Dios a Su manera y a Su tiempo que exaltarnos a nosotros mismos por nuestro ego: “La recompensa de la humildad y el temor del Señor son la riqueza, el honor y la vida” (Proverbios 22:4).
DEL NUEVO TESTAMENTO
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La Biblia nos llama a morir a nosotros mismos para vivir en Cristo: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Esto no significa que perdamos nuestra individualidad o nuestro sentido de identidad, sino que dejamos de estar centrados en nosotros mismos y de actuar con orgullo. En su lugar, nuestra identidad fundamental se arraiga en Cristo, y vivimos por Su poder y para Su gloria.
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Romanos 12:3 nos dice que debemos vernos a nosotros mismos correctamente, no con un ego distorsionado: “Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno”.
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Debemos recordar que todo lo que tenemos procede de Cristo. Pablo hace esta observación: "Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido? (1 Corintios 4:7).
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Cuando comprendemos que todo lo que tenemos proviene de Dios, no queda lugar para un ego inflado por el orgullo (Efesios 2:8-9).
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Si nos mantenemos humildes, Dios promete que nos enaltecerá: “Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará” (Santiago 4:10; cf. 1 Pedro 5:5).
IMPLICACIONES PARA HOY
La Biblia nos llama a vivir con humildad. Podemos hacerlo cuando nos vemos correctamente ante Dios y en nuestra relación con los demás (Romanos 12:3). Jesús es el mejor ejemplo de humildad. Él solo hizo lo que Su Padre Dios le indicó: “Yo no puedo hacer nada por iniciativa mía; como oigo, juzgo, y mi juicio es justo porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 5:30). Jesús reconoció que incluso el talento y la revelación espiritual son dones de Dios (Juan 7:16). Al venir a la tierra como ser humano, Jesús “se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2:7). Vivir en humildad como Jesús lo hizo trae descanso a nuestra alma (Mateo 11:29). El verdadero propósito de la humildad es que nos permite honrar a Dios y tratar a los demás como superiores a nosotros mismos: “No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” (Filipenses 2:3-4). Los mandamientos más importantes que Dios nos ha dado son amarlo a Él con todo nuestro corazón, alma y mente, y amar a los demás como a nosotros mismos (Mateo 22:37-40; Juan 15:1-17). No hay lugar para cumplir estos mandatos si permitimos que nuestro ego ocupe el primer lugar en nuestra vida.
COMPRENDE
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El ego se equipara al orgullo, y Dios nos dice que el orgullo es pecado.
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Estamos llamados a dejar el ego a un lado y a vernos correctamente ante Dios y ante los demás.
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Dios nos llama a vivir con humildad, no con un ego exaltado.
REFLEXIONA
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¿Cómo afecta tu sentido del yo, o ego, a tu relación con Dios y a tu capacidad de amar a los demás?
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¿Cuándo te sientes más tentado a dejar que el orgullo o el ego guíen tus acciones, y cómo puedes responder con humildad?
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¿Qué significa verte a ti mismo correctamente a la luz de quién es Dios y en relación con los demás, y cómo desafía esta perspectiva a tu ego?
PONLO EN PRÁCTICA
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¿Por qué puede resultarnos difícil dejar de lado nuestro ego en las relaciones, y cuáles son los beneficios cuando lo hacemos?
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¿Cómo nos anima nuestra cultura a desarrollar nuestro ego, y a qué nos llama la Biblia en su lugar?
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¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente a mantener el amor a Dios y a los demás en el centro de nuestra vida, resistiendo la tentación de anteponernos a nosotros mismos?
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