La Fiesta de los Tabernáculos, ordenada en la Torá, era una importante reunión anual que se celebraba entre septiembre y octubre. Conmemoraba tanto la cosecha como la provisión de Dios durante el viaje de Israel por el desierto. Jesús utilizó esta fiesta para ilustrar que Dios habita entre nosotros, ofreciendo descanso espiritual y plenitud a través de Él. Como resultado de la venida de Cristo a la tierra para habitar entre nosotros, podemos entrar en el descanso del Señor a través de la fe en Jesús. La Ley se ha cumplido en Cristo y ha sido completada en Él, ofreciéndonos la paz y la seguridad del Espíritu de Dios que mora en los creyentes para siempre.
La Fiesta de los Tabernáculos nos ofrece un profundo símbolo de la presencia y la provisión de Dios. Así como los israelitas habitaban en refugios temporales durante esta fiesta, se nos recuerda que nuestro viaje por la vida también es temporal pero lleno de propósito (1 Pedro 2:11; Hebreos 11:13). Mediante la encarnación de Cristo, Dios vino a habitar entre nosotros, cumpliendo la Ley y ofreciéndonos Su Espíritu. Su morada entre nosotros nos abre el camino para entrar en el descanso de Dios. Nuestro esfuerzo por cumplir la Ley por nosotros mismos es reemplazado por la plenitud que encontramos en Cristo. Él habita en nosotros (2 Corintios 13:5; Colosenses 1:27). En la práctica, la Fiesta de los Tabernáculos nos anima a celebrar diariamente la presencia de Dios en nuestras vidas. Nos motiva a cultivar un espíritu de agradecimiento, reconociendo que el Espíritu de Dios habita en nosotros, guiándonos y dándonos poder en nuestro camino de fe. Al igual que los israelitas esperaban esta fiesta como un tiempo de alegría y provisión, nosotros también podemos celebrar la seguridad y la paz que encontramos en Cristo, nuestro refugio definitivo y fuente de descanso eterno.