Efesios 2:8-9 resume el punto central del Evangelio: somos pecadores que solo podemos salvarnos por la gracia de Dios, la cual Él nos concedió al enviar a Su Hijo a morir por nuestros pecados. Aunque este concepto se enfatiza en el Nuevo Testamento, la gracia de Dios para salvar a su pueblo se manifiesta a lo largo de toda la Biblia. Los israelitas pudieron derrotar a enemigos mucho más poderosos, no por su propia fuerza, sino porque Dios estaba con ellos (Éxodo 14:13-14; Josué 6:2-5; Jueces 7:2-7). Dios entregó Su amor a los israelitas debido a Su misericordia y fidelidad a las promesas que le hizo a Abraham (Deuteronomio 7:7-8). La ley mosaica que el Señor dio a los israelitas demostró que ellos dependían de Su misericordia y perdón, ya que nunca podrían cumplir la Ley a la perfección. No podemos salvarnos por medio de la Ley (las obras); nuestra salvación es por la gracia de Dios manifestada en la muerte de Cristo en la cruz (Romanos 3:28; Efesios 2:8-9; Tito 3:5-7). Efesios expresa una verdad a la que apunta toda la Biblia: la salvación es un don gratuito de Dios.
Hay una sabiduría popular en el dicho “si parece demasiado bueno para ser verdad, probablemente no lo sea”. En un momento u otro, todos hemos creído en alguna promesa de un regalo “gratis” que resultó ser una decepción. Pero, sorprendentemente, el regalo más importante que jamás se nos ofrecerá es realmente gratuito: el don de la gracia de Dios para aquellos que ponen su fe en Cristo. ¡Esto es algo que suena demasiado bueno para ser verdad, pero es cierto! No importa lo inteligente o atractivo que seas, la posición que ocupes, la elocuencia con que hables o el dinero que tengas. Nada de eso es suficiente para merecer la salvación. Y no lo es porque no se trata de quiénes somos nosotros, sino de quién es Dios: nuestro amoroso Creador que desea tener una relación con nosotros ahora y por toda la eternidad. Y este regalo no se trata solamente del cielo; es una invitación a una vida completamente nueva. En Cristo, somos perdonados por completo de nuestros pecados, hechos hijos de Dios y recibimos el Espíritu Santo que vive en nosotros y nos transforma continuamente para que nos parezcamos más a Cristo (Juan 1:12; Romanos 8; 2 Corintios 5:17-21; Efesios 1:3-14; Filipenses 1:6; 2:12-13). Cuando nos damos cuenta de que se nos ha concedido un don que no tuvimos que ganar, debemos hacer lo que aconseja Pablo y vivir "de una manera digna de la vocación con que han sido llamados” (Efesios 4:1). La vida de los creyentes debe dar testimonio del regalo inmerecido de la gracia de Dios. Es una vida dedicada a conocer a nuestro Padre, una vida que debe animarnos a servirle y a hablarles a otros de Él (Mateo 5:13-16; 28:18-20; Efesios 4:17-32). El don de la salvación puede parecer demasiado bueno para ser verdad, pero gracias a Dios, sabemos que es cierto. La salvación es realmente un regalo de Dios, ¡y de verdad lo cambia todo!