La Biblia presenta de manera sistemática a Jesús como algo más que un profeta o un siervo de Dios. Enseña que Jesús es el Hijo divino de Dios, la segunda Persona de la Trinidad, que se encarnó para salvar a la humanidad. Este concepto de la divinidad y la filiación de Jesús es fundamental para la teología y la soteriología cristianas. Las profecías del Antiguo Testamento son “señales” que apuntan al Mesías venidero, mientras que el Nuevo Testamento declara explícitamente la naturaleza divina de Jesús y Su papel como Hijo de Dios. Esta representación bíblica de Jesús contrasta con la visión islámica, que solo lo considera un profeta y siervo de Alá.
A diferencia de la visión islámica, que ve a Jesús simplemente como un profeta, la fe cristiana reconoce a Jesús como divino, ofreciendo un camino único para la reconciliación con Dios. La idea de que Dios tenga un Hijo no implica procreación biológica, como algunos podrían malinterpretar. Por el contrario, habla de la relación eterna dentro de la Trinidad y de la autorrevelación de Dios a la humanidad. Jesús, como Hijo de Dios, demuestra perfectamente el amor de Dios en forma humana, haciendo que el Dios infinito sea conocible y accesible. Para la salvación, la filiación divina de Jesús es crucial. Como Hijo de Dios, Jesús podía revelar perfectamente al Padre y ofrecer un sacrificio suficiente para expiar el pecado humano. Esto proporciona una seguridad de salvación que los sistemas basados en obras, incluido el islam, no pueden ofrecer. Efesios 2:8-9 lo enfatiza: “Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe. Y esto no procede de ustedes, pues es el don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. La enseñanza bíblica de Jesús como Hijo de Dios ofrece esperanza, propósito y la seguridad del amor de Dios, desafiándonos a responder сon fe y a compartir esta verdad transformadora con otros, con amor y respeto.