¿Por qué Dios no sana a todas las personas?

La voluntad intencional de Dios es que estemos sanos. Él promete la sanidad en muchas profecías del Antiguo Testamento (Jeremías 30:17; 33:6; Isaías 57:18-19) y promete librarnos de la enfermedad en la Ley Mosaica (Éxodo 15:26; Deuteronomio 7:15). Cuando Jesús envió a Sus doce discípulos, les ordenó "sanar a los enfermos" (Mateo 10:8). Entonces, si Dios quiere que todos sean sanos, ¿por qué no sana a todos?

Hay algunas ideas populares entre los diferentes grupos cristianos acerca de por qué no todo el mundo recibe la sanidad. Una de ellas es comparar la falta de sanidad física con la falta de fe en Dios o por la presencia del pecado: "No tienes suficiente fe". La otra es la de atribuir la falta de sanidad a la soberanía de Dios, sin saber por qué Él voluntariamente no sanaría a alguien: "Dios tiene razones que no podemos conocer y que explicarían por qué no te ha sanado". Ambas perspectivas tratan de explicar el "por qué" sin que quede margen para el misterio. A Dios no se le puede meter en una caja.

Quizás el factor más importante que impide la sanidad física es que vivimos en un mundo caído, y a veces Dios permite que los factores naturales obstaculicen la sanidad. Dios es perfectamente soberano, y en esa soberanía permite que existan cosas como el pecado y sus consecuencias (es decir, las realidades de vivir en un mundo caído, incluyendo la enfermedad). Dios puede intervenir en cualquier situación, aunque no siempre es lo más conveniente hacerlo. Aunque no siempre sabemos con exactitud por qué Dios no sana a todo el mundo, podemos confiar en que todo lo hace por el bien de Sus discípulos (Romanos 8:28-30). Por tanto, seguimos siendo pacientes en las pruebas y confiamos en que Dios, en última instancia, hará que éstas obren para Su gloria y nuestro beneficio (Santiago 1:2-12; Romanos 5:1-5; 12:12). También esperamos ansiosamente el día del nuevo cielo y la nueva tierra, cuando ya no habrá enfermedades (Apocalipsis 21:1-4).

Debemos orar con fe y pedirle a Dios que nos sane; Santiago 5:13-18 nos pide que lo hagamos. Sin embargo, esto no es una garantía de sanidad física; no hay una fórmula mágica de oración o fe que produzca la sanidad física. Vemos a personas en la biblia que fueron sanadas, y su fe fue sin duda importante en esa sanidad. Por ejemplo, este fue el caso de la mujer con flujo de sangre en Lucas 8:43-48. También vemos a personas que no mostraron ninguna evidencia de fe en sí mismas, pero que Jesús las sanó. Por ejemplo, Jairo en Lucas 8:40-56 tenía fe, pero no se nos dice que su hija, a la que Jesús sanó, la tuviera. Incluso vemos en el hombre del estanque de Betesda en Juan 5:1-9 a alguien que fue sanado sin fe aparente y sin amigos o familiares aparentes que se acercaran a Jesús en su nombre. También vemos en la biblia a personas que no fueron sanas. Por ejemplo, la enfermedad impidió que Trófimo viajara con Pablo (2 Timoteo 4:20). Timoteo tenía problemas de estómago (1 Timoteo 5:23). Trófimo, Timoteo y Pablo eran siervos fieles del Señor. No les faltaba fe; simplemente no era la voluntad de Dios sanarlos. Incluso Jesús, que hizo perfectamente la voluntad de Dios, no sanó a todos.

En todo el ministerio de Jesús, así como en el de los apóstoles, se utilizaron los milagros para confirmar a Jesús como Señor y validar la verdad del mensaje del evangelio (Juan 7:31; Lucas 11:20). Isaías profetizó acerca de Jesús: "Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5). La crucifixión de Jesús proveyó nuestra salvación y sanidad. Tenemos una "sanidad" garantizada aquí en la tierra, ya que nuestros espíritus pueden ser salvos cuando nos sometemos al señorío de Jesús. La sanidad espiritual es nuestra mayor necesidad y Dios garantiza la salvación cuando ponemos nuestra fe en Jesús. La sanidad física no es una garantía en esta vida.

El Señor siempre es bueno, y depende de nosotros escoger recordar Su bondad y tener fe en Su manera de hacer las cosas. En las palabras del salmista:

"Bendice, alma mía, al Señor,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;
El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca
De modo que te rejuvenezcas como el águila" (Salmo 103:2-5).

Aunque no veamos estos beneficios físicos en la tierra, tenemos el consuelo de que podremos caminar y experimentarlos plenamente cuando Jesús regrese. Dios no siempre hará un milagro - esto es un misterio que tal vez no podamos comprender plenamente hasta que lleguemos al cielo. Podemos confiar en que Dios sabe lo que necesitamos más que nosotros (1 Juan 5:14). Dios está más interesado en la sanidad de nuestras almas y corazones. Con el tiempo, los que están en Cristo resucitarán con cuerpos nuevos y sanidad perfecta en todos los sentidos (Apocalipsis 21:4).



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