¿De qué manera Dios es misericordioso?

Dios es misericordioso porque tiene el atributo de la misericordia. Como todos los atributos de Dios, Su misericordia es infinita, ilimitada y eterna. Las palabras hebreas y griegas traducidas como "misericordia" significan compasión, bondad y piedad. La misericordia de Dios se derrama sobre los que la necesitan. Los seres humanos nacen con una naturaleza pecaminosa y, en lugar de condenarnos justamente, Dios es misericordioso porque no nos castiga y muestra compasión y piedad hacia nosotros. La misericordia es negar una condena justa.

En toda la Biblia, Dios da muchos ejemplos de Su misericordia. Dios mostró misericordia con Lot y sus hijas, permitiéndoles salir de Sodoma antes de que fuera destruida (Génesis 19:14-16). La misericordia compasiva de Dios se manifestó al rescatar a los israelitas de la esclavitud en Egipto y llevarlos a la Tierra Prometida (Éxodo 15:13). Dios fue misericordioso con Israel en el cautiverio (Salmo 106:45; Nehemías 9:31). La misericordia de Dios se ilustraba cada año en el Día de la Expiación, cuando el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo y rociaba la sangre del sacrificio en el propiciatorio (Levítico 16:14).

La misericordia está frecuentemente unida a otros atributos de Dios en la Biblia: Su gracia: "Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad" (Salmo 86:15); Su perdón: "Del Señor nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado" (Daniel 9:9); y Su bondad: "De los pecados de mi juventud, y de mis rebeliones, no te acuerdes; conforme a tu misericordia acuérdate de mí, por tu bondad, oh Señor" (Salmo 25:7).

El amor incondicional de Dios se une con Su misericordia en Efesios 2:4-5: "Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)". La misericordia de Dios hacia los pecadores tiene su origen en Su amor por nosotros. Como muertos en el pecado, merecemos el castigo (Romanos 3:23). La justicia de Dios requiere un castigo justo por el pecado. Si no fuera así, Él no sería santo. Por Su amor y misericordia, pero también para satisfacer Su justicia y mostrar Su santidad, envió a Su Hijo para pagar el castigo por nuestro pecado (Juan 3:16). Cristo encarnado, perfecto y sin pecado, sufrió la muerte del pecador para que los pecadores pudieran vivir libres de condenación (Romanos 8:1), todo como resultado del amor misericordioso de Dios.

En el Nuevo Testamento, la misericordia de Dios se ilustra en la parábola del rey rico al que se le debía mucho dinero (Mateo 18:23-27). El rey ordenó que se cobrara el dinero, pero cuando el deudor vino y pidió misericordia, el rey le perdonó la deuda con misericordia. La parábola ilustra la deuda de pecado que tenemos con Dios, una deuda tan grande que nunca podríamos pagarla. Pero como Dios es misericordioso, nos perdona gratuitamente esa deuda en Cristo. Después de haber sido perdonada la deuda, la persona que debía el dinero se niega a perdonar a otra persona. El rey entonces juzga a esa persona desagradecida por su falta de misericordia. Dios nos exige que seamos misericordiosos y perdonemos a otros aquí en la tierra (Mateo 6:14-15; 18:21-22). Nosotros, que hemos recibido tanto perdón, no tenemos derecho a negar el perdón a los demás. Debemos ser misericordiosos con los demás porque Dios ha sido misericordioso con nosotros.



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