El seguro es un acuerdo financiero en el que personas o entidades pagan primas a una compañía a cambio de protección contra riesgos o pérdidas específicas. Si se produce un evento cubierto, como un daño, una enfermedad o una responsabilidad civil, la aseguradora indemniza al asegurado según los términos de la póliza, reduciendo el impacto financiero de los imprevistos. La idea del seguro es aportar una cantidad fija y modesta cada mes a cambio de un pago mayor en el futuro, si se llega a necesitar. Hay varios tipos de seguros: de vida, de salud, de automóvil, de responsabilidad profesional, etc. Si la ley exige tener un seguro, debemos contratarlo (Romanos 13:1). Si no es un requisito legal, debemos buscar sabiduría sobre qué tipo de seguro contratar. Aunque Dios promete cuidar de nosotros, no siempre lo hace como esperamos, y debemos ser sabios al prepararnos para el futuro. Adquirir un seguro no significa que no confiemos en Dios; por el contrario, es utilizar la sabiduría para aprovechar las oportunidades que se nos presentan para protegernos a nosotros mismos y a nuestros bienes.
En muchos países, algunos tipos de seguro son obligatorios por ley y, por tanto, se exigen a los cristianos cuando procede, como el seguro de vivienda si la casa tiene una hipoteca o el seguro de responsabilidad civil del automóvil para quienes conducen. Otros tipos, como el seguro de vida, el seguro hipotecario o el de dependencia, pueden ser aconsejables, pero no siempre son necesarios. Si la ley lo exige, los cristianos deben tener un seguro. Si no es obligatorio, tenemos la libertad de decidir.
En el caso de los seguros no obligatorios, es una cuestión de discreción personal. Alguien que nunca viaja al extranjero probablemente no necesite un seguro de secuestro y rescate, pero sí podría necesitar un seguro de propiedad si alquila su casa. Podemos ser sabios y buscar al Señor para saber qué tipos de seguros debemos tener. Tener un seguro no significa que no se confíe en Dios; significa que se está intentando administrar sabiamente lo que se tiene. Al mismo tiempo, no necesitamos un seguro para cada eventualidad simplemente porque esté disponible. En cambio, podemos confiar en que Dios proveerá para nosotros en momentos de crisis. Nuestra situación —incluyendo nuestros bienes, etapa de la vida, salud y otros factores— debe ser evaluada mientras oramos sobre el tipo de seguro que necesitamos.