¿Está mal que un cristiano quiera ser rico y famoso?

Ser rico y famoso es, sencillamente, tener abundancia económica y gran popularidad. En sí, no es malo ser rico o famoso. Tampoco es necesariamente malo que un cristiano quiera ser rico y famoso. El peligro no está en alcanzar la riqueza o el estatus de celebridad, sino en la elección de vivir nuestras vidas adorando a algo que no es Dios. Nuestro objetivo final debe ser honrar a Dios en todo lo que hacemos, y no en el éxito mundano, la abundancia material o la fama del mundo (Colosenses 3:17; 1 Juan 2:15-17).

Jesús, en su enseñanza del Sermón del Monte (Mateo 5-7), aclara cómo nuestra obediencia se revela más por nuestros motivos que por nuestras acciones. Jesús nos dice que las intenciones y los pensamientos, como la ira y la lujuria, son tan malos como las acciones malas, tales como el adulterio y el asesinato (Mateo 5:21-30). En otro lugar, la Biblia nos dice que Dios mira nuestros motivos, "porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón" (1 Samuel 16:7). Y en Proverbios 21:2 aprendemos: "Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero el Señor pesa los corazones".

Así es como ocurre con el deseo de ser rico y famoso. Debemos preguntar, ¿Cuál es mi motivo para ese objetivo? ¿Cuál es mi intención? ¿Cuál es el deseo de mi corazón? Podemos pensar que es bueno, pero necesitamos pedirle a Dios que nos revele si es bueno. Debemos pedírselo como ora el salmista: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos" (Salmo 139:23). Dios quiere crear en nosotros un corazón limpio (Salmo 51:10), motivado para confiar en Él y agradarle. Dios promete hacerlo diciendo: "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros" (Ezequiel 36:26a). Vivir con este nuevo corazón significa vivir una vida en la que nuestro objetivo más importante es una relación cada vez mayor con Jesús.

El Nuevo Testamento advierte del peligro de desear la riqueza: "Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores" (1 Timoteo 6:9-10). Santiago advierte que desear lo que no se tiene puede causar peleas y divisiones (Santiago 4:1-10). Él dice: "¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios" (Santiago 4:4). Si nuestros deseos de ser ricos y famosos están arraigados en lo mundano, son pecaminosos.

Santiago también advierte sobre la posibilidad de enriquecerse explotando a los demás (Santiago 5:1-6). A veces las personas que buscan ser ricas y famosas lo hacen a costa de los demás. Cualquier cristiano que desee la riqueza y la popularidad debe tener cuidado de que su deseo de esas cosas se base en el deseo de honrar a Dios y que cualquier acción que realice para obtener esas cosas sea una acción que honre a Dios.

Otra advertencia sobre la riqueza y la popularidad es que pueden proporcionar una falsa sensación de seguridad, convirtiéndose fácilmente en un ídolo, aunque las riquezas y la fama no pueden salvarnos. De hecho, ni siquiera podemos contar con las riquezas o la fama como algo duradero. La parábola de Jesús sobre el rico insensato en Lucas 12:15-21 lo ejemplifica. Santiago 4:13-15 advierte: "¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello". Poner nuestra confianza en nuestros propios planes o en nuestra propia riqueza o en la forma en que los demás nos perciben resulta bastante ignorante. Si el deseo de ser rico y famoso es un deseo de ser autosuficiente o de tener algún sentido de valor, paz o estatus aparte de Dios, está mal planteado, es pecaminoso y finalmente fracasará.

Habiendo dicho esto, ser rico, es decir, tener más de lo que necesitamos para vivir, no es un pecado. Salomón, el hombre más sabio que ha existido, fue también el hombre más rico de la historia. Su riqueza no era un pecado, pero sabía que le causaba más dolor que alegría. Dijo: "El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad. Cuando aumentan los bienes, también aumentan los que los consumen. ¿Qué bien, pues, tendrá su dueño, sino verlos con sus ojos?" (Eclesiastés 5:10-11). Dios dio riquezas a hombres como Abraham, José y David en el Antiguo Testamento. Estos hombres no se pusieron como objetivo en la vida obtener riquezas o popularidad. Más bien, Dios les concedió estas cosas, y ellos lo reconocieron fervientemente como el proveedor (Génesis 14:17-24; 50:15-21; 2 Samuel 7:1-28).

Ser famoso, tener un nombre muy reconocido, no es un pecado. Jesús es el hombre más famoso que ha existido. Su fama no fue un pecado. Lo más importante es que Jesús vivió una vida que agradó a Su Padre (Mateo 3:17; Juan 8:29; Salmo 22:8). Él no vino con el propósito de ser popular o famoso. De hecho, "el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2:6-11). Cuando Satanás tentó a Jesús en el desierto, le ofreció todos los reinos del mundo si Jesús se postraba ante él. Con todo, Jesús no evitó la cruz. Antes bien, se sometió voluntariamente a la voluntad de Dios (Mateo 4:1-11). Si Jesús hubiera querido simplemente ser rico y famoso, no habría tenido necesidad de venir a la tierra para nuestra salvación.

Una de las muchas verdades que Jesús proclamó tiene que ver con adorar a cualquier cosa que no sea Dios: "Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mateo 6:24). Aquí, Jesús está resaltando (1) la importancia de nuestra relación con Dios, y (2) que el dinero y las cosas terrenales pueden ser un obstáculo para nuestra disposición de servir a Dios. En un sentido más amplio, Jesús está diciendo que cuando perseguimos un objetivo, cualquier objetivo, sólo porque lo deseamos, corremos el riesgo de hacer que el objetivo sea más importante que Dios, y eso es incorrecto.

Ahora, es bueno tener dinero, ya que así podemos ayudar a los demás. La Biblia nos habla de "hacer bien y de la ayuda mutua" (Hebreos 13:16), que trabajemos para "compartir con el que padece necesidad" (Efesios 4:28), y que amemos el dar, sobre todo a los pobres (Proverbios 21:26; 28:27). Los ricos tienen una gran oportunidad de dar generosamente a los demás. No sólo pueden ayudar a los necesitados, sino que pueden apoyar la obra del ministerio dando a su iglesia local o a los misioneros, al igual que todos nosotros. Jesús no era rico (Mateo 8:20). Él y Sus discípulos dependían de la provisión de Dios mediante la generosidad de otros para apoyar su ministerio (Mateo 10:9-10). Posteriormente, en el Nuevo Testamento, vemos que la gente contribuye a las necesidades materiales de los demás, además de apoyar la labor de los apóstoles (Hechos 2:42-47; 4:34-35; 1 Corintios 9:4-14; 2 Corintios 11:7-11; 1 Timoteo 5:17-18; Santiago 2:14-17). No importa cuánto tengamos, somos administradores de las riquezas que Dios nos ha confiado y debemos administrarlas y repartirlas de acuerdo como Él nos indique. Una vez más, las riquezas no son el problema. El problema viene cuando amamos las riquezas más que a Dios.

Tener fama puede ser bueno, porque esto naturalmente anima a otros a escuchar nuestro mensaje. La fama puede ser una plataforma útil para compartir el evangelio. Jesús dijo a Sus discípulos (y a nosotros) que eran "la luz del mundo" y que también: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo 5:16). La fama puede hacer que la gente vea a Jesús y que luego alabe a Dios. Pero, ya sea que nuestro nombre sea reconocido por millones o sólo por unos pocos, podemos ser luces para Cristo. Muchas veces el testimonio más efectivo no es en una gran plataforma, sino por medio de conversaciones diarias uno a uno en las que compartimos el amor y la verdad de Cristo. Así como Jesús, a los cristianos se nos recuerda: "Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros" (Filipenses 2:3-4).

Si ser ricos y famosos es nuestra meta para nosotros mismos, entonces la riqueza y la fama nos harán ser esclavos de un amo que no es Dios, y esto está mal. Si nuestra meta es ser ricos y famosos para poder dar gloria a Dios y dar generosamente a los demás, podría ser una buena meta. Pero es una pendiente resbaladiza y haríamos bien en tener en cuenta la advertencia de (Proverbios 15:27) "Alborota su casa el codicioso; mas el que aborrece el soborno vivirá". Dios conoce los motivos de nuestro corazón. Podemos pedirle que nos los revele y que también cree en nosotros un corazón limpio que busque confiar en Él y agradarle, para que vivamos nuestras vidas con el objetivo principal de tener una relación amorosa y progresiva con Jesús. Si ser ricos o famosos promueve el reino de Dios, entonces Él puede hacerlo. Nuestro enfoque debe ser honrarlo en todo lo que hacemos para Su gloria y con acción de gracias (Colosenses 3:17).



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