¿Qué significa ser un cristiano fructífero?

En las Escrituras, el fruto es una metáfora que se utiliza para describir la manifestación exterior de la disposición de nuestro interior. Nuestro "fruto" comprende cosas como nuestro comportamiento, actitud, palabras y pensamientos. El fruto puede ser bueno o malo. Por supuesto, todas las personas producen frutos malos (es decir, acciones, hechos o comportamientos pecaminosos; ver Mateo 15:18-20; Romanos 7:5; Gálatas 5:19-21). Nuestro mal comportamiento/fruto es el resultado natural de haber nacido con un corazón malo (Salmo 51:5; Efesios 2:3; Romanos 5:12). Nacemos con una naturaleza pecaminosa y por lo tanto de forma natural producimos malos frutos. Así pues, lo primero y más importante para entender lo que significa ser un cristiano fructífero es entender lo que significa ser cristiano. Aunque parezca obvio, la verdad es que muchas personas tienen conceptos erróneos sobre lo que significa ser cristiano. Mucha gente cree que hacer "buenas" acciones externas, por ejemplo, ir a la iglesia, o nacer de padres cristianos, los hace cristianos. No obstante, la palabra de Dios enseña que un cristiano es uno que ha nacido de nuevo mediante la fe en Jesucristo y, por lo tanto, es una nueva creación en la que el Espíritu Santo mora y le da poder (Juan 3:3; 1 Pedro 1:23; 2 Corintios 5:17; Romanos 8:9-11).

La diferencia entre el fruto o las obras de la carne que produce el pecado y el fruto del Espíritu Santo que se produce en la vida de un cristiano, está claramente expuesta en Gálatas 5:19-24: "Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos". Aquellos que han nacido de nuevo espiritualmente y pertenecen a Jesucristo producen el fruto del Espíritu Santo.

Es fundamental entender que ser fructífero no es algo que se logre por la pura fuerza de voluntad de los seres humanos, sino sólo por el poder de Dios y de Su Espíritu Santo que actúa en y a través del creyente en Cristo. Ser fructífero es una obra de la gracia de Dios (Filipenses 2:13; 1 Corintios 15:10; Juan 15:1-5).

Es imposible juzgar el buen fruto por meros actos externos. Si ese fuera el caso, entonces los fariseos serían los más fructíferos de todas las personas. Por el contrario, Jesús los llama sepulcros blanqueados porque, aunque parecen buenos por fuera, por dentro están podridos (Mateo 23:27-28). No están motivados por el amor a Jesús y su propósito no es glorificar a Dios. Más bien, están motivados por la justicia propia con la intención de parecer justos ante los hombres (Mateo 23:5-7). Llevan fruto malo disfrazado de fruto bueno.

Ser un cristiano fructífero es algo que se hace desde dentro hacia fuera. Por ejemplo, el apóstol Pedro, en su segundo libro, capítulo 1, versículos 5-8, afirma: "vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo". Fíjate en que no son las acciones, sino las cualidades, las que tienen prioridad. Dios primero transforma nuestro ser interior, y luego produce un buen fruto hacia afuera. Si no somos vivificados interiormente para Dios, nuestras buenas acciones externas son mera hipocresía.

Ahora bien, con esto no se pretende desestimar o restar importancia a la necesidad para dar buenos frutos o a las buenas obras en sí mismas. La fe que Dios nos da para recibir a Cristo es una fe que actúa. La verdadera fe salvadora, a diferencia de una falsa profesión de fe hipócrita, nos hará fructificar. Una fe sin fruto no es una fe real (Santiago 2:17).

Entonces, ¿cómo es este fruto? Los buenos frutos se ven en un cambio en nuestra disposición, actitudes, sentimientos y acciones. Los pecados que antes nos gustaban nos resultan repugnantes (Romanos 6:21). Comenzamos a amar a los demás con el amor de Cristo (Juan 13:34-35). Perdonamos más fácilmente (Efesios 4:32; Colosenses 3:13). Cuando tenemos la oportunidad, buscamos hacer el bien a todos (Gálatas 6:9-10). Ejercemos nuestros dones espirituales para la edificación del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12; Efesios 4:11-16). Compartimos las buenas nuevas de salvación y hacemos discípulos (Mateo 28:18-20). Somos agradecidos y alabamos a Dios (Colosenses 3:15). Procuramos hacer todo para la gloria de Dios (Colosenses 3:17). Confesamos nuestros pecados a Dios y oramos para que Él siga obrando en nosotros (1 Juan 1:9; Filipenses 1:6). Nos esforzamos por conocer a Dios y por hacer las cosas que le agradan, sabiendo que no podemos dar ningún fruto verdadero sin Él (Juan 15:1-12).

Ser un cristiano fructífero no se logra tachando una lista de "cosas por hacer", sino cambiando, renovando y conformando progresivamente nuestro ser y carácter a la imagen y semejanza de Cristo (Romanos 12:2; 2 Corintios 3:18). Ser fructífero significa seguir a Cristo. Amar lo que Él ama. Hacer lo que Él manda teniendo una motivación amorosa y con un espíritu alegre. Esta obediencia ha sido predestinada y empoderada por Dios mismo, lo cual quita cualquier motivo para presumir de lo fructíferas que sean nuestras vidas o ministerios (Efesios 2:10; 1 Corintios 1:28-31). Los buenos frutos los producimos por la gracia de Dios y por nuestra permanencia en Cristo (Juan 15:4-5). El fruto es bueno porque Dios es bueno y a Él le atribuimos toda la gloria correspondiente (Filipenses 1:11).



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