El cordero pascual tiene su origen en el Antiguo Testamento, cuando los israelitas utilizaron un animal de sacrificio para proteger a sus hogares de la última plaga de Dios sobre Egipto. Durante esta plaga, los primogénitos morirían. Sin embargo, todos los que tomaran un cordero, lo sacrificaran y aplicaran su sangre a los marcos de las puertas quedarían protegidos. Este acto de sacrificio era una clara demostración de que el pecado lleva a la muerte y de que es necesario un sacrificio de sangre para cubrir la culpa. También dio inicio a la celebración anual de la Pascua. En el Nuevo Testamento, Jesucristo se revela como el Cordero de Pascua definitivo, cumpliendo la profecía del Antiguo Testamento. Su muerte sacrificial, que tuvo lugar durante la Pascua, proporciona expiación por los pecados de la humanidad. Todos los que ponen su fe en Él reciben el perdón y la salvación eterna.
Jesús es nuestro Cordero de Pascua; fue sacrificado para que nosotros pudiéramos ser salvos. Su sangre es el sacrificio que cubrió la pena por nuestros pecados de una vez por todas, eliminando la necesidad de más sacrificios de animales (Hebreos 9:11-10:18). En las propias palabras de Jesús, Su sangre nos dio un nuevo pacto de salvación: “Esta copa es el nuevo pactoen Mi sangre, que es derramada por ustedes” (Lucas 22:20). Su sangre nos proporciona el perdón: “porque esto es Mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchospara el perdón de los pecados” (Mateo 26:28). Al aplicar simbólicamente la sangre de Jesús a tu vida cuando confías en Cristo para la salvación, eres salvado de la condenación eterna y en su lugar se te concede la vida eterna (Hebreos 9:12-14). Tienes derecho a ser hijo o hija de Dios porque la sangre de Su Hijo te ha purificado de tus pecados: “Pero si andamos en la Luz, como Él está en la Luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). ¡Alabado sea Dios por enviarnos a Jesús, el perfecto Cordero pascual!