La tentación es el deseo o la inclinación a actuar en contra de la voluntad de Dios. Todos los seres humanos experimentan deseos contrarios a la voluntad de Dios en algún momento de su vida. Sentir esos deseos no es en sí mismo un pecado. Sin embargo, el pecado ocurre cuando actuamos según estas tentaciones. La tentación surge tanto de nuestro propio corazón humano como del Diablo. La tentación forma parte de la experiencia humana, pero Dios siempre nos ofrece una salida (1 Corintios 10:13). Dios nos llama a confiar en Su ayuda cuando nos enfrentamos a la tentación.
Ceder a la tentación y elegir la opción pecaminosa no es una situación sin esperanza; no te ata a la condenación. Cuando pones tu fe en Jesús, todos tus pecados son perdonados (Juan 3:36; Romanos 8:1; 1 Corintios 6:9-11; 2 Corintios 5:17-21; Efesios 1:3-14). Sin embargo, incluso como creyente, todavía se peca contra Dios. Cuando lo haces, ese pecado aún produce los efectos de la muerte (Santiago 1:13-15) y daña tu comunión con Dios. Juan instruye: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9). Cuando eres tentado, Dios siempre te da una salida. Jesús superó las tentaciones en el desierto citando las Escrituras. Claramente, para Él, una “vía de escape” era memorizar la Palabra de Dios para recordarla en momentos de necesidad. Otra salida es recordar quién es Dios y lo que ha hecho. Cuando lo recuerdas, eres menos propenso a caer en el engaño del pecado y más propenso a resistir. Otra salida es llevarle la tentación a Dios en oración en lugar de actuar. Su Espíritu nos ayuda en nuestras debilidades, incluso en nuestras tentaciones. Buscar la salida prometida, memorizar las Escrituras y orar pidiendo la ayuda de Dios son formas fiables de afrontar la tentación. Quizás una de las verdades más reconfortantes es que Jesús “se compadece de nuestras debilidades” (Hebreos 4:15), y “pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18). “Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Hebreos 4:16).