Muchas personas luchan contra el odio a sí mismas en diversas formas, y puede ser muy agobiante. Algunas personas se odian porque no les gusta un determinado aspecto de su personalidad o de las circunstancias de su vida. Pueden pensar que deberían tener más éxito, más talento, ser más atractivas o tener una personalidad diferente. Otras se odian por algo que han hecho o porque creen que nunca serán lo suficientemente buenas. Viven avergonzadas, pensando que no son dignas de amor o que son imperdonables. La respuesta del mundo a este problema es muy atractiva y casi lógica: la respuesta al odio a uno mismo es el amor propio. Aunque algunas de las prácticas del “amor propio” son saludables, la Biblia presenta una solución diferente. No necesitas odiarte a ti mismo, sino odiar tu pecado. No necesitas odiarte, sino amar a Dios. Cuando amas a Dios y permites que Su amor defina tu identidad, tu medida del éxito y tu visión de ti mismo, incluso en tiempos de fracaso, empiezas a tener una perspectiva adecuada de ti mismo y del mundo.
Una vez que comprendes lo que dice la Biblia sobre quién eres, tienes una idea muy distinta de ti mismo. La Biblia no habla directamente del odio propio porque tiene una visión del “yo” muy diferente de la que tiene el mundo. Según la Biblia, el ser humano está naturalmente corrompido desde el principio: aunque la humanidad fue creada en perfección, eligió vivir en contra de su diseño y ahora su naturaleza ha sido dañada (Jeremías 17:9; Romanos 3:10-12; 5:12; Efesios 2:1-3). Por lo tanto, nunca podrás ser perfecto por ti mismo ni vivir de acuerdo con las normas de Dios (Romanos 3:23). Toda persona actúa en contra de Dios: peca. Como resultado, está separada de Dios. La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23). Pero Dios no te ha dejado en tus pecados para condenarte por toda la eternidad (Efesios 2:4-10). Te amó y te valoró lo suficiente como para enviar a Su Hijo, Jesucristo, a morir en la cruz por tus pecados (Juan 3:16-18). Si reconoces tu naturaleza pecaminosa y tu necesidad de Jesucristo y lo aceptas como tu Señor y Salvador, Él te perdona tus pecados. También te da Su Espíritu, santo y perfecto, para que viva en ti y te transforme (Romanos 10:9-13; Efesios 1:13-14). Quien ha puesto su fe en Jesús tiene una nueva naturaleza que se renueva continuamente (2 Corintios 5:17; Colosenses 3:10). Esta nueva naturaleza es de poder y amor, compasión y humildad, y trae sanidad a través del perdón (Colosenses 3:12-14; 2 Timoteo 1:7). Si tú no has recibido a Jesús como tu Salvador, ese es el primer paso para resolver el problema del odio a ti mismo. Solo cuando tengas el perdón de Dios y una relación personal con Él, podrás dejar de odiarte. Si no estás seguro de tu salvación, por favor, consulta nuestro artículo: “¿Cómo puedo tener una relación personal con Dios?”. Si luchas con el odio hacia ti mismo, tu sanación comienza en los brazos de un Salvador que te ama y te valora tanto que murió por ti. Jesús vino a esta tierra para traer sanidad y consuelo, y quiere dártelo si se lo permites. Una vez que sepas Quién es el que te ama, recita Su verdad sobre ti. Llena tu mente con la Palabra de Dios (la Biblia) en lugar de dejar que tus pensamientos sean invadidos por la negatividad y las mentiras que te acosan, ya provengan de la gente que te rodea, del enemigo o de ti mismo. Cuando sepas y creas la verdad acerca de quién eres, no necesitarás practicar el amor propio, porque el Dios del universo te ama mejor de lo que jamás podrías amarte a ti mismo.