Aunque las enseñanzas de la Biblia y de la Iglesia primitiva sobre la cremación no son del todo claras, las costumbres funerarias solían reflejar la adoración a Dios dentro del contexto de las normas culturales. Si bien el entierro se presenta como la práctica principal a lo largo de las Escrituras, no es una exigencia. De hecho, cuando los cadáveres del rey Saúl y sus hijos fueron profanados por sus enemigos, unos “hombres valientes” recuperaron sus cuerpos y los quemaron como una forma de honrarlos (1 Samuel 31:8-13). Posteriormente, David elogió las acciones de aquellos hombres que recogieron los cuerpos de Saúl y de sus hijos (2 Samuel 2:5-7). Además, en tiempos del Antiguo Testamento, no recibir sepultura o ser devorado por animales salvajes se consideraba una deshonra (1 Reyes 14:11; 2 Reyes 9:30-36; Jeremías 16:4). En el Nuevo Testamento, la Iglesia primitiva veía el entierro como una expresión de fe en la redención del cuerpo físico por parte de Jesús. Sin embargo, el entierro no era, ni es, un mandato bíblico. Si no estamos seguros de cómo honrar el cuerpo de una persona fallecida, debemos pedirle sabiduría a Dios sobre el asunto (Santiago 1:5).
Algunos cristianos muestran preocupación por la cremación, pues creen que el entierro honra de mejor manera el cuerpo como creación de Dios y refleja la fe en la resurrección corporal. Además, hay quienes consideran la cremación como una práctica potencialmente irrespetuosa, asociándola con ritos paganos o un trato deshonroso hacia el difunto. En el judaísmo, la cremación se considera aborrecible porque recuerda la forma en que se deshicieron de los cuerpos judíos durante el Holocausto. Sin embargo, entre la población general, la cremación es una práctica aceptada y cada vez más popular. Las Escrituras enseñan que Dios hizo el cuerpo y que era bueno (Génesis 1:31). Para los creyentes, el cuerpo es el templo donde habita el Espíritu Santo (Romanos 8:9). Nuestro objetivo debe ser honrar los cuerpos, incluso después de que el alma los ha dejado; esto se puede lograr tanto mediante el entierro como con la incineración. Como confirma 1 Corintios 15:35-55, no es necesario que un cuerpo físico permanezca intacto para que ocurra la resurrección, ya que el pasaje indica que todos los “muertos en Cristo” resucitarán. Al decidir si nuestros seres queridos deben ser incinerados o sepultados, debemos actuar de acuerdo con nuestras convicciones. Si no sentimos paz sobre qué opción elegir, debemos buscar la sabiduría de Dios (Santiago 1:5).