Antíoco IV, rey del Imperio Seléucida, reinó del 175 a. C. al 164 a. C. y se le considera un precursor del Anticristo profetizado, cumpliendo parcialmente las profecías de Daniel sobre la profanación del templo. Su severa persecución de los judíos, que incluía la prohibición de las prácticas judías y la imposición del culto a Zeus, condujo a la revuelta macabea. Más tarde, Jesús se refirió a las profecías de Daniel, indicando que su cumplimiento definitivo se produciría en los últimos tiempos. Las descripciones del Nuevo Testamento sobre el Anticristo en 2 Tesalonicenses coinciden con las acciones y la autodeificación de Antíoco, lo que refuerza la idea de un cumplimiento parcial pero futuro. El reinado opresivo de Antíoco le valió el apodo burlón de los judíos de “Epimanes”, que significa “el loco”.
El orgullo es la confianza y la satisfacción en uno mismo. La Biblia nos advierte sobre el orgullo. Proverbios 16:18 nos dice: «Delante de la destrucción va el orgullo, Y delante de la caída, la altivez de espíritu». El Salmo 10:4 nos dice que el orgullo impide que los incrédulos busquen a Dios; describe así al impío: «en la altivez de su rostro, no busca a Dios. Todo su pensamiento es: “No hay Dios”». El orgullo mantiene a la gente consumida por sí misma en lugar de reconocer su necesidad de Dios y verse a sí misma correctamente. Aunque hay un tiempo y un lugar para estar orgulloso de un trabajo bien hecho (Gálatas 6:4), nunca hay un tiempo para elevarse uno mismo por encima de los demás o para pensar que uno no tiene necesidad de Dios. El orgullo es un pecado porque es darse a uno mismo el crédito por algo que Dios ha logrado. El orgullo es adoración propia. En verdad, todo lo que logramos proviene de Dios, quien nos dio la oportunidad y nos capacitó para hacerlo (1 Corintios 4:7; Filipenses 2:13). El orgullo hizo que Antíoco se diera a sí mismo un nuevo nombre y exigiera poder, respeto y adoración. El orgullo hizo que Antíoco desafiara a Dios y persiguiera a los judíos. El orgullo hizo que Antíoco exigiera adoración y profanara el altar del templo. El reinado de Antíoco finalmente terminó, revelando los límites de su orgullo. Satanás quiso ser Dios y fue expulsado del cielo a causa de su orgullo (Isaías 14:12-15). Antíoco Epífanes se consideraba orgulloso de sí mismo y finalmente fue derribado. El orgullo lleva a la destrucción. En cambio, Romanos 12:3-8 nos dice que debemos pensar en nosotros mismos con un juicio sobrio, sin tenernos en más estima de la debida. Podemos hacer esto cuando reconocemos que lo que tenemos es de Dios y cuando buscamos usar nuestras habilidades únicas, logros y talentos para edificar a otros.